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Por Jorge Sánchez HerreraNómena ArquitecturaArquitecto/Urbanistajorge@nomenaarquitectos.com
Los efectos de El Niño han vuelto a revelar la improvisación con la que se manejan nuestras ciudades. En Lima, el Puente Solidaridad se ‘desploma’ por un aparente (¿o evidente?) error en su diseño. Los videos muestran cómo el estribo opuesto a la columna principal cede sin mayor resistencia ante la crecida del río. ¿Se debió proteger mejor este apoyo? ¿Se debió cimentar mejor el estribo? Probablemente. Pero para la Municipalidad de Lima era más importante invertir cientos de miles de soles en un sistema de luces LED, antes que en un proyecto de ingeniería que contemple todas las variables de riesgo posibles.
Nuestro alcalde promedio prefiere la pompa antes que la ética, la cosmética antes que la razón. La cantidad de plata que nuestros alcaldes tiran al agua da miedo. Creo que solo a los limeños nos remodelan un parque para que se lo lleve el río un mes después. Solo a nosotros nos cambian un proyecto urbano para encauzar el río Rímac con espacios públicos, por un inservible by-pass que ya comienza a ‘desplomarse’.
Solo a Lima, la única capital latinoamericana con borde costero, le puedes negar el derecho a un malecón digno. En la Costa Verde, puedes dejar puentes a medio hacer, diseñar pistas para que sucedan accidentes, sembrar jardín junto al mar y gastar millones en pérgolas y techos que nadie va a usar. Tirar la plata así no nos parece un escándalo. Normal nomás.
Solo a los limeños nos cambian uno de nuestros parques y espacios públicos más emblemáticos, por un parque temático de piletas y luces de colores. Luego nos cobran la entrada y no nos parece mal. Más bien, nos encanta la idea. Antes que una ciudad justa y eficiente, preferimos un espectáculo, un gran show. Por eso elegimos autoridades cosméticas: poca visión de ciudad, mucha capacidad de ornamento.
Al que hace piletas antes que alcantarillado lo elegimos. A ese que corta las plantas en forma de animales le damos los votos. Al que hace monumentos a la maca, al bombero o a él mismo; dámelo siempre. Ahora, al alcalde que planifica antes de ejecutar, lo queremos revocar por vago. El alcalde que invierte en cultura es rojete. El que invierte en transporte público, un caviar. Alcalde que quiere una ciudad más caminable es pituco hipster. Luego nos lleva el huaico, nos quedamos sin agua, atrapados en el tráfico, nos atropellan, no tenemos a dónde ir más que al centro comercial y nos quejamos. No asociamos nuestros problemas con nuestros votos.
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Esta puede ser una oportunidad para que el gobierno pueda replanificar el país. Pero mientras sigamos confundiendo el rol de los alcaldes y gobernadores, nuestras ciudades seguirán siendo tristes parques temáticos a medio hacer.
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