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Por Dios y por la plata, por Verónica Klingenberger

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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger

Por momentos parece que vivimos en la mejor serie que Netflix podría siquiera imaginar. Una turba de fanáticos religiosos es manipulada por unos cuantos impresentables para ganar terreno político en un país donde el poder está a merced de las billeteras más gordas. La plata es el verdadero Dios para todos, incluso para los dirigentes de esas iglesias evangélicas que tanto ruido hacen últimamente y que aún no logramos identificar ni conocer en profundidad (aunque Ojo Público publicó hace unos días un reportaje muy valioso sobre algunos de sus líderes que merece la pena revisarse).

En el absurdo de una marcha que arrastra a los peruanos más pobres y manipulables a exigir que el gobierno no haga lo que en mil oportunidades ya ha dicho que no hará, a veces es fácil distraerse frente al esperpento más superficial. Señoras diciendo que a los gays hay que pisarlos como langostas, padres de familia que temen que sus hijos dejen de ser heterosexuales (como si fuera lo máximo) con solo enterarse de que existe una minoría LGTBI, adultos que de verdad creen que ser gay es sinónimo de sexo y lujuria sin control. ¡Qué imaginación!

Pero quizá no debería parecernos curioso que prefieran señalar con el dedo a una minoría maltratada durante décadas que ver de frente su propia realidad y enfrentar, en muchos casos, su doble moral. No cuando ese odio les da una falsa idea de superioridad y una triste sensación de pertenencia al grupo de los elegidos de un Dios vengativo capaz de enviarnos mil plagas con tal de que cierren Vale Todo. Seguir discutiendo el tema es inútil. Como dijo un treintón soltero de pelo largo que andaba con doce muchachos de arriba a abajo: ‘Quien tenga ojos que vea’.

Pero, ya ven, otra vez me distraje. El humo y el escándalo dificulta fijarse en lo que hay al fondo. Y aunque en estos días Phillip Butters se haya robado el show, lo que debe esconderse ahí atrás debe ser aún más horripilante -si eso es posible, claro.

Algunas preguntas para reflexionar juntos:

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¿Por qué si el enfoque de género existe en ese currículo desde el 2004 recién ahora patalean? ¿Por que Keiko está tan callada? ¿Por qué Butters hizo la finta de encararla para luego decir que solo ella podría despedir a la ministra de educación? ¿Ah sí? ¿Cómo así? (No puedo sacarme de la cabeza cuando vi a Butters abrazando con gran familiaridad y cariño a Mark Vito, esposo de Keiko, en un conocido restaurante nikkei). ¿Por qué García sale a defender a Butters justo cuando anuncian su investigación por la supuesta comisión de delitos contra la Administración Pública por el caso de la Línea 1, Tramos 1 y 2 del Metro de Lima? ¿Por qué los fieles no pitean cuando los que se meten con sus hijos (abusando psicológica y sexualmente de ellos) son curas?

Al final dejemos de intentar convencer a los más necios. El 94% de peruanos está a favor del nuevo currículo escolar. Lo demás es solo un ruido horrible que alguien está aprovechando para arrimar su escalera y trepar hacia algún cielito terrenal. Lo bueno es que el ruido ha sido tan repulsivo que incluso los que hasta ahora no se animaban a mostrarse a favor de los derechos LGTBI marcan distancia con el oscurantismo y se sienten ciudadanos modernísimos y de buen corazón.

Así están las cosas en este desierto de los mil demonios.

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