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POR VERÓNICA KLINGENBERGER Periodista @vklingenberger
Al MUCO se entra derechito por un bypass amarillo sobre el cual solo se puede avanzar a ritmo de procesión. Una vez adentro, el hall principal muestra una fiel réplica de la salita del SIN, espacio en el que los visitantes aprovechan para tomarse fotos como si fueran protagonistas de una de las tantas compras del Doc. Montesinos está representado por un muñecón que se asemeja a los del Munich, esos bávaros de madera pintada vestidos de tiroleses. Sobre la mesa, fajos de dinero falso sirven para hacer pequeñas torres, tipo Jenga.
Luego de atravesar el hall principal, sobre la mano izquierda, se despliega un corredor de baja luz, con pequeñas bóvedas iluminadas en las que se lucen distintos tesoros de la historia de la corrupción nacional como la réplica de la Maskaypacha incautada de la casa de Toledo, las agendas de Nadine, el cuestionado contrato de la Vía Expresa Línea Amarilla y sus respectivas adendas firmadas por Castañeda y Villarán, los 39 relojes de oro y 76 pares de gemelos de brillantes que fueron incautados a Montesinos, etc.
Al fondo, en otra gran sala central, vemos el fax por el que renunció Fujimori y parte de la carta enviada al entonces vicepresidente Ricardo Márquez en la que se lee: ‘Renuncio al cargo porque no puedo gobernar con un congreso controlado por la oposición’. Qué ironía. La sala está ambientada como el cuarto del hotel en Tokio desde donde dimitió el exmandatario, y entre los objetos que la decoran vemos las maletas que contenían los ‘vladivideos’, una pequeña reproducción del helicóptero que mantenía en su patio (por si tenía que fugar intempestivamente), dos pantallas LED donde se ven a las ex congresistas Martha Chávez y Luisa María Cuculiza asegurando que el presidente retornaría al país para cumplir con su mandato y una pieza de videoarte proyectada sobre una pared gigantesca en la se ve a una delgada japonesa intentando cubrir una carretera con los 6 mil millones de dólares que robó Fujimori de las arcas del Estado. Al fondo, sobre una gran pared blanca, unos auriculares esperan a los más curiosos. Lo que se oye luego de unos segundos de silencio es un alarido familiar: ‘¡SOY INOCEEEEEENTE!’
Luego de atravesar un patio donde un tren eléctrico a escala recorre un brevísimo tramo y un gran móvil de 26 avioncitos Mirage sobrevuela el claustro, se llega al Pabellón Alan García, uno de los más complejos del museo y favorito de los visitantes. La primera sala está dedicada a un enrevesado collage de dólares MUC, fotos del bombardeo en El Frontón y envases vacíos de Leche Enci. En otra se enumeran los nombres de los más de mil presos por narcotráfico que el ex presidente liberó apelando a la ‘piedad cristiana’, junto a declaraciones como las de Edgardo Buscaglia, experto internacional en narcotráfico: ‘Desde 1990 he trabajado en 114 países de todas las regiones del planeta y no conozco ningún otro caso de tal magnitud numérica’. En un salón ovalado, de tipo interactivo, se despliegan múltiples pantallas con los Petroaudios. Y al final del recorrido se llega a una de las grandes atracciones del MUCO: El Cuarto Oscuro. Consiste en una habitación circular, acústicamente blindada y completamente oscura. Los visitantes deben ingresar en silencio y sentarse en unas butacas colocadas también en círculo. Luego de unos minutos en los que se pide apagar celulares y guardar silencio, la estruendosa carcajada del ex presidente irrumpe en el espacio repitiéndose en un loop de varios minutos. Al salir, un empleado entrega a cada persona un pedazo de papel donde se lee: ‘Todo está prescrito’.
La entrada al museo cuesta 20 soles en boletería, pero se puede ingresar por solo 5 si se arregla directamente con el vigilante. Cierran el recorrido la generosa Sano & Sagrado, destilería que ofrece gran variedad de whiskies de todo el mundo y una surtida tienda de souvenirs en la que resaltan las clásicas gorras con orejas de rata y las siglas del MUCO. Y este es solo el primer piso.