La XXV Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, que concluyó el sábado en Cartagena, Colombia, dejó en claro el cerco cada vez más estrecho que se cierne sobre el mandatario venezolano, Nicolás Maduro.
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El presidente de Venezuela fue protagonista involuntario de la reunión, primero por haber cambiado varias veces de opinión sobre su presencia (para finalmente no asistir), y luego por la presión de varios países de la región, liderados por el presidente peruano Pedro Pablo Kuczynski
(PPK), para que resuelva la crisis en su país. ‘No hay ningún afán de interferir en lo que ocurre en otros países, pero sí hay un afán de que todos los latinoamericanos, progresen, adelanten y no retrocedan’, afirmó PPK en su discurso.
En respuesta, la canciller venezolana, Delcy Rodríguez, que asistió a la cumbre en reemplazo de Maduro, le pidió a Kuczynski quitarse el ‘traje de empresario estadounidense’ y atienda ‘a su pueblo’.
Todo esto sucedía como antesala a la reunión en Caracas pactada entre la oposición y el oficialismo, para abrir una mesa de diálogo que busque una salida a la crisis política.
La cita, que iba a realizarse en la Isla de Margarita, finalmente se llevó a cabo ayer en el museo Alejandro Otero de la capital venezolano, a pedido de la oposición. Participaron, además de Maduro y tres de sus delegados; el secretario de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), Jesús Torrealba, y cuatro representantes de la oposición, acompañados del presidente del Colegio Pontificio, monseñor Claudio Celli; el expresidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero y una comisión de la Unasur.
‘Esta es una buena oportunidad para desarmar el odio en Venezuela’, indicó Maduro antes de instalar la mesa. A la cita no acudió Voluntad Popular, partido del opositor preso Leopoldo López, lo que reflejaría las divergencias dentro de la MUD respecto al diálogo.
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