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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger
La masacre de Orlando, en la que murieron 49 personas y fueron heridas otras 53, ha vuelto a poner bajo reflectores la generalizada homofobia local. Solo unas horas después de que los medios dieran cuenta de la matanza masiva más grande de la historia de EEUU, se podía leer en las redes sociales comentarios como este: “traigan al homicida de gays al Perú y lo hacemos héroe”. El autor, como muchos homofóbicos peruanos, no tuvo el menor reparo en escribir eso en un post de La República en Facebook. Y ahí estuvo durante horas, ganando decenas de likes de otras personas que, como él, están convencidas de que una persona debe ser asesinada por su orientación sexual.
A las pocas horas, los medios estadounidenses daban algunas pistas sobre el asesino. Primero, el padre narró haberse sorprendido por la violenta reacción de su hijo al ver a dos chicos besarse frente a su esposa y sus hijos. ¿Les recuerda a alguien? Luego vino la confirmación de la sospecha: el sujeto era un gay reprimido, visitante asiduo de Pulse (la discoteca donde ocurrieron los hechos) y miembro activo de un app de citas gay. Muchos estudios científicos prueban que la mayoría de homofóbicos esconden una homosexualidad reprimida. Ahí están todos esos pastores y políticos conservadores envueltos en escándalos sexuales con personas de su mismo sexo luego de pontificar sobre divinidad y abominación, expiando así, tal vez, una culpa terrible que no los deja dormir tranquilos.
En el Perú, la noticia tuvo reacciones tibias. Humala y Kuczynski lamentaron el incidente e hicieron un llamado en contra del odio sin decir absolutamente nada sobre la comunidad víctima del ataque. Igual se agradece, algo es algo en uno de los países más arcaicos de Latinoamérica en derechos LGTBI. Ni siquiera contamos con una ley antidiscriminación por orientación sexual e identidad de género. En Sudamérica, solo Perú y Paraguay no la tienen (recuérdalo la próxima vez que veas a Bolivia por encima del hombro). Keiko hizo mutis y se entiende. Recordemos que durante la campaña pidió respetar las declaraciones homofóbicas del pastor Santana, uno de sus aliados evangélicos.
Siempre existirá gente homofóbica y pensar que se puede revertir eso es una batalla perdida. La lucha debe ir por otro lado: por condenar la expresión homofóbica en los espacios públicos, lo mismo que debe hacerse con el racismo y cualquier otra forma de discriminación. En la mayoría de países civilizados, lo primero que se hizo fue precisamente una ley para proteger a esas minorías de ataques verbales y físicos. Y luego de la ley, y de establecer sanciones claras a los culpables (despido, arresto, etc), viene el aprendizaje y la humillación. En Uruguay por ejemplo, país al que algunos vemos con tanta admiración en temas de libertad, la aprobación del matrimonio igualitario era de 45% a favor y 45% en contra. Después de la ley subió a 85%.
Pero mientras los medios permitan comentarios homofóbicos (la moderación de contenidos, incluidos los comentarios de los lectores, debería ser obligatoria en todos los medios: no confundir opinión ni libertad de expresión con discursos que promuevan el odio) o cuenten en sus planillas con periodistas abiertamente homofóbicos o racistas -o las dos cosas- el tema está complicado. Hace unos días, Phillip Butters comentaba en Radio Capital que Jefferson Farfán es “un gorila” y que el fútbol que se juega hoy es “gay, chimbombo”. El mismo periodista dijo ayer que “la unión civil no es importante ni para el 1.3% de los peruanos, ni para los gays es importante. La unión civil no debería estar ni en el punto 100 de la agenda’. Cuánto se equivocan él y la radio que lo acoge, la misma que tiene la osadía de preguntar por Twitter si existe la homofobia en el Perú. ¡No solo existe, sino que ellos la promueven! Ojalá el Perú, valiéndose de sus políticos y sus periodistas, pueda salir del atraso en el que está en materia de libertades individuales. Lo demás vendrá solo y quiero pensar que más rápido de lo que muchos creemos.