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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger
Vivimos en un mundo en que la intuición está por encima de las evidencias. Lo puedes ver en el muro de Facebook de tus amigos más cercanos: las vacunas son la causa del autismo, los transgénicos son veneno y desactivar el wifi podría salvarte la vida. No basta con que haya decenas de estudios científicos que digan una y otra vez que no existe evidencia alguna para creer tales cosas y que, por el contrario, creerlas y actuar según esas creencias podría tener trágicos desenlaces. Leo en un artículo de la National Geographic algo que vengo comprobando hace mucho tiempo: desconfiar de la ciencia se ha convertido en el meme de moda. ¿Por qué?
La razón más clara es la gran influencia que tiene la ciencia y la tecnología en nuestra vida. Nunca antes la humanidad dependió tanto de ambas. Para muchos, ese avance es alentador, pero no podemos negar que también genera sospechas difíciles de combatir: ¿cómo creer que los alimentos que contienen organismos genéticamente modificados son inofensivos? ¿Cómo estar seguros de que ciertos virus, como el ébola, solo se transmiten por contacto directo de fluidos corporales? Solo googlea ‘airbone ebola’ y verás de qué charlatanería somos capaces.
Sí, internet es uno de los grandes responsables. Nunca como hoy tuvimos tal acceso a la información (y a la desinformación). Hoy, los escépticos encuentran argumentos para casi cualquier verdad que quieran rebatir y valiéndose de esas nuevas fuentes le han declarado la guerra a la ciencia. La lógica funciona un poco así: el pensamiento racional es reemplazado por las emociones. ¿Te has dado cuenta de que muchas veces cuando queremos compartir un pensamiento decimos ‘siento que’? No es gratuito. Tomamos partido primero a partir de un impulso emocional casi siempre basado en nuestra propia experiencia o en anécdotas que conocemos. Luego nos aseguramos de leer todo lo que pueda corroborar eso que ya decidimos creer.
Incluso los científicos tienden a formular una hipótesis primero y luego a buscar las evidencias que la sustenten. La ciencia no es un saco lleno de verdades. ‘Es un método para decidir si lo que creemos tiene un fundamento en las leyes de la naturaleza o no’, según la geofísica Marcia McNutt, editora de Science. La diferencia es que los científicos trabajan según el método de ensayo y error. Y como la competencia es uno de los motores más importantes en los laboratorios (nada hará más feliz a un científico que probarle a otro que su teoría está equivocada), más vale contar con la mayor cantidad de evidencias posibles para probar tu hipótesis.
Nos guste o no, la ciencia nos ha dado grandes verdades: el mundo es redondo y gira alrededor del sol, toda la biología actual se basa en la teoría de la evolución, las vacunas salvan personas. Seguro siempre habrá misterios que estimulen la mente, pero lo cierto es que nuestra civilización ha sido construida sobre evidencias.
Para los buenos científicos, no es un problema cambiar de opinión si las evidencias lo exigen. La búsqueda de la verdad es su principal estímulo. Para algunos buenos periodistas, la tarea no es muy distinta. Se investiga durante meses, se cruza información, se presentan pruebas. Aun así, la gente cree lo que ha decidido creer; aunque tenga las evidencias en sus narices. Es lo que está pasando hoy con el caso de Joaquín Ramírez, a dos semanas de las elecciones. La Tierra todavía no es redonda para todos.