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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger
El país donde todo está en venta es también el país de Máxima Acuña, la campesina cajamarquina de 44 años que hace dos días recibió el Premio Goldman, la condecoración ambiental con mayor prestigio del mundo.
Desde 2011, Máxima se enfrenta a la minera Yanacocha – constituida mayoritariamente por las empresas Newmont Mining Corporation y la Compañía de Minas Buenaventura- que obtuvo una concesión del Estado peruano para extraer oro en Cajamarca. Lo que se les pasó fue que el área concesionada comprendía 60 acres de tierra que le pertenecen a una de las mujeres más valientes del planeta. Hoy sabemos que ese proyecto se llamó Conga y que terminó en un brutal enfrentamiento con la policía que dejó 5 muertos en el 2012.
La lucha de Máxima puede parecer una testarudez sin sentido en un país donde todavía se cree ciegamente en el neoliberalismo más radical – aún cuando el mundo da señas claras de sus riesgos.
Pero su valentía y terquedad se han convertido en admirable símbolo de la defensa de dos bienes fundamentales: la propiedad privada (ese derecho que tanto defendían los ppkausas cuando Mendoza subía en las encuestas) y el derecho a un entorno natural sano, donde el agua y el aire no envenenen a familias y pueblos enteros, credenciales con las que lamentablemente no cuentan la mayoría de mineras.
Gracias al premio Goldman (recibido también por otras dos mujeres peruanas, María Elena Foronda y Ruth Buendía, en el 2003 y en el 2014, respectivamente), la historia de Máxima ha sido contada en los principales medios del mundo. El diario ‘rojo’ y ‘terruco’ The Guardian entabló una íntima conversación con ella y narró, sin paternalismos, todos los abusos sufridos por la cajamarquina desde que se negara a vender su tierra a la minera: su casa demolida dos veces, ella y sus hijos golpeados hasta el desmayo por policías contratados por la minera, su perro degollado, su ganado asesinado. Las amenazas de muerte, intimidación y vigilancia continua como parte de su día a día. Personal de seguridad de la minera intimidando hasta a los choferes de bus para que se nieguen a transportarla a ella y a su familia.
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A pesar de los documentos que prueban la compra de su propiedad en 1994 (documentos que los neoliberales a rabiar también niegan que sean verdaderos), Yanacocha llevó el caso a la corte, acusándola de haber ocupado ilegalmente las tierras adquiridas por la compañía. La corte sentenció a favor de la minera y otorgó a Acuña una sentencia de casi tres años para ella y su familia y el pago de una multa de casi 2,000 dólares. En el 2015, luego de una apelación, la minera perdió la segunda instancia del juicio.
Máxima no parece cansada. Es más, dice sentirse estimulada por toda la gente que se ha solidarizado con su lucha. El premio es un reconocimiento a su valentía y a la protección de dos lagunas que proveen de agua a miles de personas.
Hace dos días, en San Francisco, su discurso culminó con una lucidez admirable ante el principal problema de nuestros tiempos, algo que nuestra clase política y empresarial sigue ignorando por completo: ‘Por eso yo defiendo la tierra, defiendo el agua, porque eso es vida. Yo no tengo miedo al poder de las empresas, seguiré luchando por los que murieron en Celendín y Bambamarca y por todos los que estamos en lucha en Cajamarca’. El tiempo se encargará de darle la razón, aunque algunos necesitarán ver, en un cuadrito de excel, cómo se incrementa el valor del agua sobre el de cualquier otro mineral para terminar convenciéndose.
Reconocimiento:
‘El premio es un reconocimiento a su valentía y a la protección de dos lagunas que proveen de agua a miles de personas’.