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POR VERÓNICA KLINGENBERGERPeriodista@vklingenberger
Cada cinco años, los peruanos creemos que todo puede cambiar realmente. Que si elegimos bien, el país se encaminará hacia un futuro más justo para todos. Cada quien podrá tener una idea de lo que se necesita para eso, pero al final, hay algo que se nos escapa. Gane quien gane, el partido más corrupto de la historia de nuestro país (son hechos, nada personal) ha vuelto a tomar el poder: la gran mayoría del Congreso 2016-2021 será fujimorista y todo parece indicar que Kenji Fujimori será su presidente. Tal como ocurrió cuando Luis Castañeda fue elegido alcalde, los peruanos volvemos a dar un mensaje bien claro al mundo: la corrupción es parte de nuestro ADN. Y ni hablar del proceso electoral.
Hace exactamente dos años, la Unión Europea publicó su primer reporte anticorrupción. Bastaron 41 páginas para lanzar el bombazo: el costo europeo por sobornos, evasión de impuestos, nepotismo, malversación de fondos y fraudes políticos fue de 120 mil millones de euros ese año. Pero la corrupción no solo nos cuesta una fortuna, también debilita el terreno de la inversión y destruye la competitividad. Hacer negocios se hace más caro: el Foro Económico Mundial estimaba en 10% ese incremento y hasta en 25% el cierre de contratos para países como el nuestro. Aun así, el verdadero lastre es más simple y se resume en tres palabras: la corrupción corrompe.
Simon Gächter y Jonathan Schulz, de la Universidad de Nottingham, comprobaron esa hipótesis valiéndose de un simple juego en el que participaron voluntarios de 23 países. ¿Quiénes crees que tuvieron menos reparos en hacer trampa? Los voluntarios de los países con los índices de corrupción más altos. La lógica según ellos sería esta: si todo el mundo lo hace, ¿por qué yo no? El roba pero hace obra no es otra cosa que el mal menor para el votante promedio, quien ha moldeado su psicología y construido su propia moral en una sociedad altamente corrupta. Solo basta con mirar el mapa de percepciones que publicó Transparencia Internacional el año pasado para ver lo mal que estamos. Un dato: de los latinos, dos brillan entre los 20 países menos corruptos, Chile y Uruguay. No solo en fútbol nos hacen trizas.
Los partidos políticos son las instituciones más corruptas del mundo, seguidos por la policía, los poderes judiciales, los congresos y los funcionarios que los sirven o que trabajan como nexo para intereses privados (sí, los tan temidos lobbistas). Según la última encuesta realizada por Transparencia Internacional, una de cada cuatro personas en el mundo ha pagado un soborno a un político, ya sea directamente o a través de un subordinado. ¡Una de cuatro!
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¿Qué nos queda? De repente, un buen comienzo sea dejar las simpatías de lado y preguntarnos algo tan simple como quién financia al candidato de nuestra preferencia. ¿Qué intereses hay detrás? Pero solo eso no será suficiente. Como ocurre en los países con los índices de corrupción más bajos, un punto clave son las penas que se imponen a todos por igual. El castigo debe ser duro y dar un mensaje claro a todos los ciudadanos.
Me temo que, gane quien gane la presidencia, esta es solo otra mala elección y nuestro Congreso seguirá ahí como ese reflejo cínico y monstruoso de lo que hemos permitido que nos pase, una vez más.