Vendida como esclava a Siria. La nepalí Sunita Magar no vaciló cuando un hombre le ofreció un trabajo bien remunerado en una fábrica de Kuwait. Algo que nunca se materializó. En lugar de eso fue enviada a Damasco, donde pasó 13 meses trabajando como criada para un oficial sirio.
PUBLICIDAD
“Fui golpeada, no dormí, comí ni recibí salario. El hombre me dejó atrapada en esta situación, fueron momentos difíciles. Pensé que moriría, porque había bombas y balas cayendo alrededor, me sentía muy asustada. No podía dormir ni hablar ni vivir”, dice Magar.
Magar es una entre cientos de nepalís que han sido vendidas hacia la violencia que azota Siria desde que estalló una guerra civil hace cerca de cinco años, según el diplomático más importante de esta nación en el norte de África.
“Los traficantes les tientan, no les dicen la verdad, no comparten la otra parte de la historia. Venden sueños a las mujeres inocentes, pobres e iletradas de los pueblos”, dice Dipak Adhikari, portavoz adjunto del Ministerio de Exteriores de Nepal.
Sueños que dejan a muchas atrapadas en un país hecho pedazos y donde Nepal no tiene presencia diplomática. Rohit Kumar Neupane ha pasado meses intentado localizar a su tía desde que llegó a Damasco la primavera pasada.
“Es el deber del Gobierno rescatar a las atrapadas. Pero hasta ahora no han hecho nada”, señala Rohit.
A pesar de la prohibición nepalí a las trabajadoras migrantes de viajar a Siria, los activistas dicen que los traficantes son capaces de operar libremente y no ser perseguidos gracias a sus contactos políticos.
PUBLICIDAD
“Aunque el Gobierno dice que castigará a la gente los casos siguen sucediendo. Los que merecen justicia o un castigo nunca lo reciben”, señala Krishna Gurung, coordinadora del proyecto de la casa de acogida de Pourakhi.
Mientras tanto, Magar no espera justicia. Es una de las pocas afortunadas que ha vuelto a casa. Esta madre soltera de dos hijos está buscando un trabajo para reparar su casa dañada por un terremoto. Un trabajo que espera que no la lleve fuera de Nepal.