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Reforma del transporte: un atajo hacia el civismo (OPINIÓN)

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Jorge Sánchez HerreraArquitecto/urbanista – Nómena Arquitectura

El pasado 2 de febrero, ante las protestas en Manchay, Protransporte se comprometía a cancelar la ruta 255 de buses alimentadores del Corredor Javier Prado. Una semana después, el chofer de un ‘chosicano’ se pasaba la luz roja y chocaba contra un camión, causando la muerte de un militar e hiriendo a otras 22 personas. Mientras la Gerencia de Transporte Urbano de Lima decidía suspender por 60 días a toda la flota ‘chosicana’, otra embalada coaster de la misma empresa atropellaba a una cobradora, hiriendo también a otros siete.

Los invito a leer la última encuesta del observatorio ciudadano Lima Cómo Vamos, particularmente la pregunta sobre cuáles son los problemas más importantes que afectan nuestra calidad de vida. No es difícil imaginar que la lista esté liderada por ‘la inseguridad ciudadana’. Aunque en un segundo lugar aparece ‘el transporte público’ con un 50%, y en el quinto, la ‘falta de cultura ciudadana’, con un 20%.

Yo me identifico con ese 20% que ve en nuestra absoluta incapacidad de convivencia, el principal obstáculo para desenvolverse plenamente en la ciudad de Lima. Aunque también con ese 50% del segundo lugar, pues creo que no existe una manera más clara de reflejar esta incapacidad de convivencia que cuando debemos transportarnos a través de la ciudad. Ya sea que lo hagamos a pie, en bicicleta, bus, combi o auto particular; ir de un punto a otro implica muchas veces que primero debo llegar yo (o yo y mi familia), aun cuando eso conlleve sentarse en el resto.

De este principio básico surge aquel que le mete el carro al peatón o al ciclista, los delincuentes que se pasan la luz roja para recoger pasajeros, el que se mete en la cola o se agarra a golpes para subirse primero al bus, o el tarado que usa el carril de vehículos de emergencia para sobrepasar en la carretera. Primero yo y mi familia, después el resto.

Pero una reforma del transporte va más allá del reemplazo de combis por buses nuevos, con choferes en planilla que reduzcan nuestros tiempos de viaje e impidan que ‘oriones’ y ‘chosicanos’ sigan matándonos (aunque solamente eso ya es bastante). Para Lima esta reforma es, fundamentalmente, cultural: un sistema de transporte público como espacio que ayude a construir ciudadanía, que nos ayude a aprender a vivir juntos.

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Los sistemas de transporte público masivo, como el Metropolitano, el Metro de Lima o el mismo Corredor Azul, más allá de cumplir su función esencial de movilidad, son básicamente espacios donde confrontarse con el otro, aprendiendo a conciliar. Se aprende a caminar al paradero, a hacer cola, a ceder el asiento, a dejar bajar para recién subir; a no cruzar la pista o los rieles, porque los buses o vagones no pueden frenar. Un sistema de transporte público masivo te enseña que uno no puede estar primero que la sociedad en su conjunto.

Lejos de ser perfectas, las políticas iniciadas por la gestión municipal anterior en materia de espacios públicos y transporte apuntaban a eso: a volvernos más ciudadanos. Y hay que continuarlas y apoyarlas para seguir aprendiendo a convivir.

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