La mitad de las casas de Sellia, aferrada a la ladera del monte Sellion, están vacías y por sus callejuelas de ladrillo y piedra circulan más gatos y perros callejeros que personas.
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Desde que entró en vigor el decreto, hace seis meses, que en realidad impone un exámen médico anual obligatorio, se forman colas en el centro de salud local.
“La vida humana tiene mucho valor, pero aquí tiene valor social, porque cada persona que muere representa la muerte de toda la aldea”, comentó a la AFP el alcalde, Davide Zicchinella, un pediatra, de 40 años de edad.
La despoblación de los pequeños pueblos de la península es un fenómeno que preocupa desde hace varios años a las autoridades locales y nacionales.
Desde inicios del siglo XX hasta los años 60, generaciones enteras se sumaron a las grandes olas de emigración, hacia el industrializado norte italiano o al extranjero, en busca de estudio o trabajo.
En los últimos 15 años, la tasa de mortalidad natural redujo la población de Sellia de 1.000 a 500 personas.
En un intento de frenar lo inevitable, Zicchinella utilizó fondos europeos para transformar la enfermería de la escuela en un centro médico moderno, de modo que los vecinos no tengan que viajar a otras ciudades para garantizarse la atención médica.
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Pese a ello, el centro estaba siempre vacío porque la gente había perdido la costumbre de ir al médico.
Debido a la crisis económica, Calabria, entre las regiones más pobres de Italia y del viejo continente, efectuó severos recortes de los fondos para la salud. Eso llevó a una reducción de los servicios públicos y a un desequilibrio de las finanzas. En cinco años Sellia acumuló un agujero de 100.000 euros en el presupuesto.
– Un decreto inusual: o se cuida o paga más impuestos – Así las cosas, el alcalde decidió encarar el problema con medidas fuertes y publicó un decreto inusual, obligando a los habitantes a un exámen médico anual so pena de pagar unos 30 euros adicionales de impuestos.
La amenaza al bolsillo dio resultados. Mientras el jubilado Vincenzo Rotella, de 79 años, se abre la camisa para un electrocardiograma, otros pacientes esperan turno en la sala, que sirve también para proyectar cine algunas tardes.
“Cuando se llega a una determinada edad, desplazarse en autobús hasta otra ciudad para sólo fijar citas médicas, que además serán dadas para meses después, no es fácil. A nosotros los viejos nos descuidan, aquí en cambio somos atendidos por un médico cuando queremos”, comenta el anciano.
Se puede contar también con el monitoreo ortopédico y oftalmológica gracias a las subvenciones que reciben la mayoría de los pacientes, aunque el servicio es gratuito para otros.
Giovanna Scozzafava, de 71 años, desde hace un tiempo no se sentía bien, tenía miedo de tener que usar sus ahorros para acudir a privados y al final aprovechó la oportunidad.
“No todo el mundo puede pagar los honorarios de un privado. ¿Qué vas a hacer si tienes apenas lo suficiente para comprar comida?”, explicó.
En las semanas sucesivas a la ordenanza, un centenar de personas se registraron para hacerse el control general, y seis meses después la mitad del pueblo es atendida en el centro.
Para ayudar a sus ciudadanos a llegar y superar los 83 años, la edad promedio de esperanza de vida en Italia, el alcalde organiza viajes a un centro termal de la región.
Zicchinella no sólo desafía a la muerte y a la vejez, sino que busca fomentar el turismo y la llegada de nuevos habitantes al encantador pueblo, que tiene cerca un castillo bizantino, se encuentra a unos veinte kilómetros del mar, ofrece internet gratis y tiene un museo dedicado al cómics.
Con otro fondo de 1,5 millones de euros de la Unión Europea quiere transformar una finca en parque de aventuras, mientras el jardín infantil, dado que no hay niños, se convirtió en hotel para jóvenes, con cabañas listas para el uso en mayo.