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(Opinión) El robo del cardenal

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VERÓNICA KLINGENBERGER

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La tentación es grande. Y la flojera aún más. El tiempo se fue rápido y te pasaste toda la semana pontificando. Por eso, no tienes muchas ideas que argumenten la perorata de turno que debes disfrazar de artículo de opinión (como hacen tantos otros) y publicar en el diario más antiguo del país. Entonces lees algo y te parece tan claro y revelador que decides transcribirlo tal cual. No es una línea, es más bien un párrafo. Luego son dos, tres, cuatro, ¡cinco!, con las ideas de otro, todos redactados idénticamente, excepto por unos cuantos adornos. Te acomodas la sotana y firmas sin remordimientos. Diriges tu e-mail al editor de turno. Aprietas send.

Algo así debió haber pasado el domingo cuando Juan Luis Cipriani mandó su columna ‘Sentido primaveral de nuestra historia’, (me encanta el título), al diario El Comercio. Nunca imaginó que al día siguiente, utero.pe probaría el plagio de varios pasajes del libro Communio, de Joseph Ratzinger. El artículo, escrito por Víctor Caballero, compara los párrafos de ambas publicaciones y la prueba es evidente. No hay comillas ni mención alguna al autor. Tampoco habrá mucho más que algunos memes y algunos fieles ofendidos que argumentan lo mismo que su pastor: ‘Este patrimonio común de nuestra fe no tiene, por decirlo así, una propiedad intelectual…’.

¿Qué se hace frente a un plagio? Se me ocurren tres cosas. Se comprueba el delito, se piden las disculpas del caso (sin peros ni justificaciones) y se sanciona. Dependiendo del nivel del plagio, el medio deberá decidir la sanción. No todos los casos merecen el despido. Algunos solo ameritarían una llamada de atención o la suspensión del responsable por unos días. Pero si el plagio es grave, si se comprueba el robo sistemático de ideas y de párrafos de palabras redactadas idénticamente o de forma muy parecida, entonces deberá castigarse siempre de la misma forma a los implicados, así uno sea el representante de dios o la santa paloma.

Ayer, El Comercio publicó una carta de Cipriani que contenía esta línea: ‘Lamento que la brevedad del espacio me llevó a omitir las fuentes y reconozco este error’. Debajo, el diario informó lo ocurrido y se refirió a otro caso de plagio del mismo Cardenal, ocurrido en mayo, respecto a una encíclica de Pablo VI. Luego ‘lamenta profundamente lo ocurrido’. ¿La brevedad del espacio? El artículo tenía más de 10 párrafos.

En el país de la informalidad (hay hasta una tienda de muebles que se llama Plagio y que copia exactamente diseños europeos y americanos) es difícil determinar las líneas de juego con respecto a los derechos de autor y propiedad intelectual. Los medios determinan sus propias reglas y es evidente que estas varían según el implicado. En ese escenario, es difícil esperar que se haga justicia o que todos los lectores y periodistas entiendan la gravedad de un plagio. Por otro lado, Internet funciona como arma de doble filo. Por un lado, permite que periodistas como Caballero descubran un plagio con solo googlear un texto. Por el otro, funciona como el terreno ideal para que prácticas igual de inmorales se escuden en una supuesta comunidad anárquica y anónima. Siendo justos habría que decir que otra forma de robo es la que practicaba (no sé si sigue haciéndolo porque no los leo) el propio utero.pe cuando transcribía íntegramente contenidos de otros medios (artículos de opinión incluidos) y creía que con citar la fuente estaba todo bien. De hecho, la máxima de los bloggers y nuevos libertarios de la web no era tan distinta del argumento de Cipriani: Internet aguanta todo, las ideas no tienen autores intelectuales, en la web todo es de todos, todo se comparte y todos tenemos la misma cara: la máscara de V de Vendetta. Como dirían los más grandes gurúes digitales: big fail.

Por ahora, confiemos en el mundo y esperemos que el Perú haga lo mejor que sabe hacer: copiar.

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