Por Verónica Klingenberger
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Nunca entendí bien a los corredores de larga distancia. Los observaba de lejos, empecinados en dar una vuelta más al estadio cuando ya habían dado demasiadas como para mantener mi interés. Para mí, correr largas distancias era un ejercicio brutal que siempre terminaba en una intensa sensación de soledad. El ruido de mi respiración me angustiaba y el aliento se me escapaba rápido. A los 14 y 15 años, lo mío eran las carreras cortas, la meta cerca. Los fondistas me parecían seres de un planeta amable pero lejano. Uno podía distraerse en una conversación larguísima, o ir al kiosco a tomar una Inka Kola a escondidas del entrenador, para encontrarse al volver con el mismo telón de fondo: corredores pequeños de piernas largas que seguían dando vueltas con la mirada fija en alguna meta que yo no alcanzaba a ver. Había algo hipnótico en su forma de correr: los músculos sueltos, los hombros abajo, la firme determinación de entrenar como yo jamás podría hacerlo. La tenacidad del fondista quizás solo sea comparable con la del tenista. No creo que exista una disciplina deportiva más dura, que requiera tanta resistencia física como mental.
En el Perú, y esto lo sabe cualquier exatleta o cualquiera que haya seguido de cerca este deporte, existe una larga y consistente tradición de corredores de larga distancia y todos tienen en común una ciudad ubicada a poco más de 300 kilómetros de Lima. Huancayo y sus 3.200 m.s.n.m. han sido el mejor preparador físico de estos superatletas. Dicen que la altura hace que los pulmones maduren y que la caja torácica se ensanche. También que el corazón bombee más sangre. Pero los campeones no solo responden al entorno geográfico sino, y sobre todo, a una tradición cultural que ha afianzado la creación del Programa maratonistas del IPD. De Huancayo salen campeones como Gladys Tejeda, Inés Melchor (aunque nació en Huancavelica) y Raúl Pacheco. Y es ahí donde uno también encuentra a los mejores entrenadores.
Como en cualquier deporte profesional, estos atletas corren por algo más que la gloria. La Maratón de México, donde Tejeda también se coronó campeona, paga 34 mil dólares. Las maratones más importantes de EE.UU. pueden pagar hasta 200 mil. Estos atletas -recordemos que los mejores del mundo son africanos- empezaron a correr para alejarse lo más posible de la pobreza en la que nacieron. Y muchos están demostrando que pueden llegar muy lejos. Por eso, el IPD, con entrenadores como Juan José Castillo (uno de los más buscados, descubrió a Tejeda, por ejemplo), asegura estar construyendo una identidad, una nueva amada de maratonistas peruanos que nos está acostumbrando a las medallas de oro.
Pero esta carrera tiene un largo camino por recorrer. Y resulta increíble que aun cuando los triunfos se repitan constantemente, la empresa privada y el Estado tengan tan malos reflejos y tan pocas ideas. Tejeda cuenta con el auspicio de solo tres marcas, Asics, Bodytech y Aless, y habría que ver qué le da cada una. ¿En serio? ¿Ningún grande la quiere para sí solo? ¿Dónde están esos genios del marketing? Es bien fácil relacionar su tenacidad con la del peruano promedio, su historia con la historia de miles de migrantes peruanos que también se fajaron para salir de la pobreza extrema. A ver si se les prende el foco a nuestros políticos de paso, que de deporte y cultura nunca tienen mucho qué decir. ¿La promoción y desarrollo del deporte están en la agenda de algún candidato? Da igual, nada detendrá al corredor de fondo peruano.