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(Opinión) No toques mi televisor

Por Verónica Klingenberger

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Muchos son los que la miran con displicencia o prejuicio, pero siempre fui consciente de su invaluable aporte a la humanidad. Máquina del tiempo y nave transportadora a otros mundos, casi siempre mejores que este, sobre todo porque uno deja el protagonismo de lado para colocarse en el cómodo palco de un testigo que sabe estar cerca pero al que nunca jamás descubrirán. Su poder magnético puede tocarnos desde muy temprano, y si lo hace, durará por siempre. Puedo apostar que en alguna parte del mundo, en este mismo momento, un bebe tararea un jingle. No por nada, una de las mejores series de todos los tiempos, se despidió con el clásico jingle de Coca Cola, I’d Like to Teach the World to Sing (In Perfect Harmony). Somos muchos los que crecimos arrullados por esa melodía. Y todo gracias a la tele.

Despertarse a las siete para recibir una potente dosis de rayos catódicos era el único escape para el niño o niña melancólico. La realidad se difuminaba frente a una excursión al bosque en busca de zarzaparrillas, ¿la compañía? Unos enanos azules en pantis. Papá Pitufo siempre sabía qué hacer. Antes, una gata loca había perdido cualquier rezago de dignidad frente a un ratón anodino llamado Ignacio. Y un dibujo que no llego a recordar bien, pero que nos cuadraba temprano al ritmo de una trompeta de guerra (se aceptan pistas, ni Google pudo dar con él). La niñez y adolescencia siempre tuvieron una TV de fondo: Viajeros, La familia Ingalls, Cheers, Miami Vice, LosMagníficos, McGyver, Luz de luna, Alfred Hitchcock presenta, El auto fantástico, V, Camino al cielo, La reportera del crimen, Marco, La abeja Maya, Lazos familiares, Tres son multitud, Blanco y negro, Salvado por la campana. Netflix, el mundo también supo ser feliz antes de ti.

Pero también es cierto que la televisión vive sus mejores momentos. Breaking Bad o Mad Men son obras maestras seriadas que no tienen nada que envidiarle al mejor cine. Los mejores escritores de hoy escriben para la televisión. Ahí están las grandes historias, la nueva literatura de sagas. Temporada tras temporada, spoiler tras spoiler, la vida es más feliz con una tele al frente, siempre y cuando tengas una suscripción a Netflix, cable y sepas cómo manejar el control remoto para salir velozmente de la programación nacional. Otros greatest hits son Game of Thrones (nunca antes se había invertido tanto en una producción televisiva y se nota), Sherlock, House of Cards, Homeland. O joyas como Transparent (solo han dado una temporada en Amazon TV), sobre un padre trans y su familia, Derek (con el brillante Ricky Gervais detrás) o Bob’s Burger, los celebrados dibujos animados favoritos de la crítica.

Así que cuando quieras echarle la culpa a la TV de los problemas del mundo, piénsalo de nuevo. Sí, hay programas decididamente malos y es muy probable que pegarte a Combate y Esto es guerra y pasar horas viendo a hombres y mujeres aceitados hacer piruetas podría afectar gravemente el desarrollo de tu capacidad más crítica y analítica. También tu sensibilidad. Pero en todas partes hay basura. Hay literatura basura, cine basura, arte basura, música basura. La verdad es que la caja boba ha demostrado ser más lista de lo que pensábamos. Y aunque hayan cambiado los formatos, el fondo es el mismo: historias que nos emocionan y entretienen.

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