Poco después de amanecer, Bashir Bilal se sienta rodeado de niños para cantar versos coránicos. Cuando Bilal vino a Dadaab hace cinco años, encontró mejores opciones educativas que en Somalia, donde hay pocas escuelas y las que existen son caras.
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“Cuando vemos las oportunidades aquí, tienen mejores opciones de ingresar en una escuela coránica e incluso proseguir con sus estudios. Pero allí no tienen oportunidad, simplemente se convierten en agricultores”, señala Bilal.
El gobierno de Kenia lleva acogiendo a refugiados somalíes desde 1991, cuando la guerra civil comenzó a desgarrar el país. A día de hoy, Dadaab es el mayor asentamiento de refugiados del mundo, con más de 350.000 residentes. Sin embargo, las autoridades kenianas ahora quieren cerrar el campamento, alegando que representa una amenaza para la seguridad, porque Al Shebab, la rama somalí de Al Qaeda, lo utiliza como fuente de reclutamiento.
“No piensen que porque Dadaab no sea atacado, mientras Garissa, Nairobi y Mombasa son atacadas, éste es un lugar seguro. No, este es el caldo de cultivo, el lugar de entrenamiento, de transacción de todo lo que va a golpear a los kenianos”, señala Albert Kimathi, vicecomisionado del condado de Dadaab.
La gente del campamento se queda perpleja ante estas afirmaciones.
“El gobierno dice ahora que Dadaab es un lugar donde reclutan y es por el dolor que sienten. ¿Sabe? si siente dolor, puede decir lo que sea. Pero este sitio no es un lugar donde la gente esté reclutando”, señala Yakub Abdi, responsable del grupo de vigilancia del campamento.
Pese a vivir en refugios temporales y a la ayuda alimenticia, Dadaab no es el centro de la miseria universal y la desesperanza. La floreciente economía del campamento está valorada en alrededor de 25 millones de dólares, de acuerdo con un estudio de 2010 encargado por el departamento de Asuntos de los Refugiados de Kenia.
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Ali Saha, un graduado universitario de 23 años, regenta un cibercafé aquí, aunque dice que con el tiempo volverá a Somalia.
“Debería aprender para poder ayudar a mi comunidad en Somalia. Quiero volver algún día con mi educación. No puedo decir si será hoy, el mes que viene, o el próximo año, pero estoy seguro de que algún día volveré a Somalia y participaré en la reconstrucción de mi país”, cuenta Saha.
Hasta que llegue ese momento, el destino de Ali y de todos aquellos que viven en el campamento de refugiados más grande del mundo es incierto.