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Un nuevo tipo de implante cerebral puede sentir la intención de un paciente tetrapléjico de mover su brazo robótico, lo que ofrece una gran promesa a las personas que padecen parálisis o que han perdido una extremidad, dijeron investigadores el jueves.
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Erik Sorto, de 34 años, es “la primera persona en el mundo que tiene una prótesis neural implantada en una región del cerebro donde se generan las intenciones”, señala el estudio publicado en la revista especializada Science.
Sorto, quien quedó paralizado del cuello para abajo a los 21 años por una herida de bala, ahora puede hacer gestos como un apretón de manos, beber de un vaso e incluso jugar “piedra, papel o tijeras” con su brazo robótico.
Otros intentos de utilizar implantes cerebrales para controlar las prótesis ya se han realizado previamente, colocando el artilugio en la corteza cerebral motora que controla los movimientos.
Este experimento se realizó colocando dos series de microelectrodos en la corteza parietal posterior (CPP). Esta zona del cerebro procesa la planificación de movimientos como alcanzar y agarrar.
“Cuando uno mueve un brazo, realmente no piensa qué músculos activar y los detalles del movimiento, como levantar el brazo, extender el brazo, alcanzar el vaso, cerrar la mano en torno al vaso, y así sucesivamente”, dijo el principal autor del estudio, Richard Andersen, profesor de neurociencia en Caltech.
“En cambio, uno piensa en el objetivo del movimiento. Por ejemplo: ‘Quiero agarrar este vaso de agua’. Así que, en este experimento, fuimos capaces de decodificar estas intenciones pidiéndole al sujeto que simplemente imagine el movimiento como un todo, en lugar de dividirlo en una miríada de componentes”.
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El resultado es un movimiento más fluido que el tipo de movimientos bruscos que se han visto en experimentos previos, dijeron los científicos.
Sorto recibió su implante cerebral en 2013 y ha estado practicando con él en el centro de rehabilitación Rancho Los Amigos desde entonces, para aprender a controlar un brazo robótico que no está adherido a su cuerpo.
Pudo controlar el brazo en su primer intento, cerca de dos semanas después de la cirugía cerebral.
“Me sorprendió lo fácil que era”, dijo. “Bromeo diciendo que quiero ser capaz de tomar mi propia cerveza a mi ritmo (…) Creo que si fuera suficientemente seguro, me encantaría cuidar de mí mismo: afeitarme, cepillarme los dientes. Realmente extraño esa independencia”.
La prueba clínica se realizó en colaboración entre Caltech, la escuela de medicina Keck de la Universidad del Sur de California (USC) y el centro de rehabilitación.