Por Verónica Klingenberger
PUBLICIDAD
‘¡Avanza con…a tu madre!’…Ahhh, nada como la Navidad en Lima. El taxista me mira furibundo desde una especie de jaula diseñada para protegerlo de pasajeros aún más violentos que él. El tránsito,no es novedad, suele sacar lo peor de nosotros. Y el de diciembre ya sabemos que es algo mucho peor que el infierno mismo. Somos más de 200 mil latas con ruedas achicharrándose bajo el sol y odiándonos con tal intensidad que si concentraramos la mirada en un solo punto haríamos arder Belén.
En este preciso instante me siento arrullada por el zumbido metálico y monstruoso de grúas y alarmas de autos diseñadas para enervar a todo el barrio menos a sus propios dueños. Ellos solo deben estacionarse, apretar un botoncito, escuchar el bip bip, y alejarse seguros de que nada le pasara a su carrito. ¿En serio creen que alguna alarma ha detenido un robo de auto alguna vez? No he escuchado alarmas de ese tipo en ninguna otra ciudad del mundo. Hubo una época en la que mi pareja improvisó una coreografía para lidiar con ellas y no perder el buen humor. Girábamos las caderas a una velocidad que variaba según los tiempos. Por momentos los movimientos se volvían frenéticos que parecía que participábamos en una suerte de exorcismo.
¿El silencio nos pone nerviosos? Acabo de ver pasar un taxi. Estoy convencida de que la única forma que avance es a bocinazos. Pip pip, pip pip, pip pip. Y ahí va, como si cada bocinazo fuera una remada.
La Navidad limeña, una maravilla. El estrés es otro de sus ingredientes. Todos zambullidos en el planeamiento del 2015, cerrando presupuestos, haciendo presentaciones en powerpoint que a nadie le interesan. Solo queremos que el 2014 desaparezca, como un cuaderno viejo que se llenó de manchas, garabatos y grandes lagunas de las clases a las que no asistimos. O de las que no entendimos ni jota. Pero el año que viene todo se volverá a escribir, nos convencemos. Cuaderno nuevo. Escribiremos lo mejor de nosotros con nuestra mejor letra. Subrayaremos lo más importante. No dejaremos nada de lado. Ah, pobres limeños. Ignoramos que somos ciudadanos del mismo infierno. Solapamos nuestras grietas con lucecitas navideñas (¡que también suenan!), renos de plástico, papa noeles con las mejillas maquilladas de smog.
Y así, llegará la noche tan esperada. Nos sentaremos a la mesa. Comeremos de más. Nos sentiremos un poco tristes y al rato un poco ebrios. Extrañaremos a algunos. Nos abrazaremos. Reventaremos cohetones o renegaremos de esa maldita tradición de salvajes. Abriremos uno que otro regalo, venceremos al sueño todo lo que se pueda antes de caer rendidos. Es probable que los dos días siguientes logremos mantener esa maravillosa tradición de envolver la ciudad en un prolongado silencio.
Y después de esa otra noche de bulla, calzones amarillos, más pavo, más trago, todo volverá a empezar, y el verano nos distraerá por un rato más de lo verdaderamente inevitable.
El 2015 será el año de la oveja o cabra de madera, el año de García, Fujimori y Castañeda. Quizás sería una buena idea dejar de correr tanto.