Por: Rodolfo Rojas
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Como Churchill en tiempos de guerra, la señora Thatcher prestó un servicio impagable en tiempos de paz a su nación, durante los 11 años que duró su mandato, devolviéndola al primer plano de la escena internacional y desmontando, luego de intensos enfrentamientos con el establishment político y sindical, el aparato estatal que había terminado por asfixiar al país que alumbró la Revolución Industrial.
Como Keynes tuvo una enorme influencia en los asuntos públicos. Aquel a través del Keynesianismo. Ella a través del Thatcherismo, que consistía en una fe inquebrantable en los frutos de la libertad económica y política. Esta influencia se extendió inclusive hasta después que ella dejó el poder. Su alumno más aplicado no fue un conservador sino un laborista Tony Blair, quien pese a ser un promotor de la Tercera Vía, continuó con el modelo económico de la Thatcher.
Fue una mujer de acción pero también de ideas. Tenía una sólida cultura liberal. De joven había leído sobre todo a Karl Popper, Friedrich Von Hayek y a Isaiah Berlin, la santísima trinidad liberal. Pero no era una intelectual. Sabía que había una brecha entre la realidad y las ideas. Y la política consiste, entre otras cosas, en la capacidad de moldear la realidad.
Su padre, un humilde tendero, y su marido se convirtieron en las figuras centrales de su vida. El primero le dio la lección más duradera sobre los beneficios de la libertad económica. ¨Antes de haber leído una sola línea de los grandes economistas liberales, sabía por las cuentas de mi padre que el mercado libre era como un enorme y sensible sistema nervioso, que respondía a sucesos y señales en todo el mundo para abastecer a las siempre cambiantes necesidades de los habitantes de diferentes países¨, escribió en su autobiografía ¨Los años de Downing Street¨. El segundo fue su leal compañero durante toda su carrera.
Al inicio de su mandato la señora Thatcher enfrentó tres desafíos – el prolongado declive económico, las consecuencias de 40 años de socialismo y la creciente influencia de la Unión Soviética- intimidantes para cualquier persona con sentido común. No para ella, que más bien parecía disfrutarlo. Armada de unas cuantas ideas -creía en el individuo y no en la sociedad; el Estado debía hacer solo aquello que los demás no podían- y un coraje a prueba de balas, fue modificando de a pocos, la historia de Gran Bretaña. Tuvo suerte. Dos acontecimientos le dieron la oportunidad de demostrar que su liderazgo no tenía fisuras. Se enfrentó primero a la dictadura Argentina por las Folkland o Malvinas. Y luego en una épica batalla a Arthur Scargill, líder de los trabajadores mineros del carbón. Ambas situaciones le permitieron mostrar el valor y determinación que la harían célebre.
Estas victorias, que le dieron popularidad, le permitieron enfrentar los dos temas que la obsesionaban: la reforma económica de Gran Bretaña y la Guerra Fría. Junto a Ronald Reagan y Juan Pablo II tuvo un papel estelar en el derrumbe del Muro de Berlín y la caída del Imperio del Mal, como había bautizado Reagan a la Unión Soviética.
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Arribó al poder en el momento preciso. Le gustaba gobernar y tuvo suerte. Era racional en sus análisis pero tomaba decisiones de manera instintiva. Escuchaba a la opinión pública pero tenía el valor de nadar contra la corriente. Y tenía una ética calvinista que creía en el trabajo y el ahorro como fuente del progreso. Como Nixon, sus políticas tuvieron una influencia determinante en el mundo en que vivimos.
¨Tuvo más impacto en el mundo que ninguna otra mujer desde Catalina La Grande de Rusia. No solo transformó decisivamente la economía en los años 80, también vio como sus métodos fueron copiados en más de 50 países. El Thatcherismo fue la más popular y exitosa vía para gobernar un país en el último cuarto del siglo XX¨, escribió el historiador Paul Johnson, a propósito de la muerte de Thatcher, hace un año.