Por: Zoë Massey
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Pasear por el Centro de Lima es algo que aprendí a hacer desde chiquita. Mi abuela me llevaba con ella a todos lados y siempre a las oficinas del periódico para el que trabajaba, coincidentemente, en la sección de cultura. Íbamos a museos, galerías, a comer en algún menucito antiguo atrapado por el tiempo. Alguna que otra vez nos agarró una manifestación por ahí, el rochabús me impresionó y hasta me gustó. Las bombas lacrimógenas me quitaron de golpe las ganas que tenía de ser periodista, no sabía entonces que las volvería a oler estando yo en algún momento en una manifestación.
Ayer martes estuve paseando por el Centro de Lima y recordé que hay mucho que hacer por sus plazas y calles, algo que tal vez nunca hayas disfrutado. Hoy el Metropolitano te deja casi en el epicentro de todo, puedes bajarte a menos de dos cuadras de la Plaza San Martín o incluso más cerca a la Plaza de Armas si quieres. Yo que tú, opto por la primera, bajo en La Colmena y camino. Museos hay, casonas históricas también, como la Casa de Osambela, el Correo Central, la estación de Desamparados… Puedes parar un ratito en el Cordano por un chilcano -hoy no muy barato pero con sabor a tradición-, pasar a las catacumbas, admirar las plazas centrales del convento de San Francisco o ir del otro lado de la Plaza de Armas a Santo Domingo (mi favorito). Ahí en Santo Domingo, en una bienal de arte de esas que debería haber de nuevo en nuestra ciudad, descubrí a Luis Hernández en una hoja de cuaderno gigantografiada. Tal vez por eso es que me gusta tanto.
En la Galería Pancho Fierro hay una muestra del concurso de nacimientos del Perú que va hasta la primera semana de enero. En el Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega del jirón Ucayali se inauguraba recién la muestra de foto Ocasos y Acantilados de Miguel Coquis, así que me queda pendiente verla, pero puedes ir tú.
Entonces ¿a qué viene toda esta nostalgia del Centro? Es que si estás yendo a hacer tus compras navideñas al Mercado Central, no solo vayas a comer chifa a Capón. Pasea un poco, anda a alguna de estas casonas, visita las galerías, entra a alguna de las iglesias, disfruta alucinando como sería el Jirón de la Unión antes de que allí se vendieran zapatos, churros, se dictaran clases de inglés y se hicieran tatuajes. Imagina cómo te miran por las celosías de los balcones de madera tallada. En el Centro de Lima, aún sorprendentemente ajeno para muchos limeños, hay cultura e historia que rebalsan las paredes. Y si al final del día vas a un menú con bancas redondas pegadas al piso, barra y mozo en chaleco… a lo mejor extrañas con una sonrisa a tu abuela, como yo a la mía ayer.