Cuando conocí a Nelson Mandela en los años 90 tuve el sentimiento de que, a través de él, podía conocer a toda África. A ese nivel llegaba su capacidad de simbolizar a su cultura y la esperanza que transmitía.
Luego, coincidí nuevamente con él cuando logramos, después de muchos esfuerzos, la independencia definitiva de Namibia, el último país no independiente del continente, cuando era secretario general de la ONU. Su estímulo y ejemplo fue para mí un refuerzo extraordinario y constante sobre mis hombros a lo largo de los años en que las Naciones Unidas luchaban por lograr la total unidad de todos los pueblos del continente africano.