Por: David Trads
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Es un hecho escalofriante. Si usas Internet, si envías un SMS a un amigo o si vas a ir a una biblioteca pública, toma tus precauciones, porque probablemente Estados Unidos te esté espiando.
La vigilancia secreta emprendida por el Gobierno del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, es tan extensa que resulta casi imposible de creer.
Ahora, ya sabemos que la infame Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) lo intercepta todo. Ahora, también sabemos que el espionaje no se limita a los ciudadanos comunes, sino que va recorriendo todo el camino hasta la cima.
TV Globo, el gran canal brasileño, documentó que la NSA accedió a mensajes de texto entre el presidente de México, Enrique Peña Nieto, y su par brasileña, Dilma Rousseff. Esto es un escándalo gigantesco que, evidentemente, daña las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. México y Brasil son las dos economías más importantes del continente. Ambos países son miembros del G20 (el grupo de las naciones más influyentes del mundo) y son amigos de Estados Unidos.
Además, las palabras de Obama, al afirmar que intentó ‘dirigir’ su espionaje a ‘áreas específicas de interés’, solo sirvieron para echar más sal a la herida. Obviamente, las reacciones al espionaje están siendo intensas. El Gobierno brasileño está pensando seriamente en obligar a las compañías estadounidenses que cooperan activamente con la NSA (tales como Google y Facebook) a dejar de operar en el país.
También están en riesgo las negociaciones entre Brasil y la empresa estadounidense Boeing para vender nuevos aviones de combate a la fuerza aérea brasileña. Incluso, una visita oficial de Rousseff a Estados Unidos prevista para el próximo mes de octubre está siendo eclipsada por el escándalo de espionaje.
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Las revelaciones de que Estados Unidos espió a la élite de los gobiernos latinoamericanos es tan solo uno de los últimos ejemplos de cómo se han deteriorado las relaciones entre el norte y el sur de América.
Todo comenzó cuando Edward Snowden, un ex empleado de la NSA, filtró información de la agencia secreta a través del diario británico The Guardian. Snowden, quien escapó de Estados Unidos antes de que su historia se diera a conocer, trató de obtener asilo político en varios países de América Latina, como Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador. Las presiones estadounidenses fueron inmediatas.
Todos recordamos cómo el presidente boliviano, Evo Morales, fue humillado cuando su avión privado fue obligado a aterrizar en Europa en su camino de regreso Moscú-La Paz, porque se sospechaba que Snowden podría estar a bordo.
También recordamos cómo el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, fue ‘intimidado’ por una llamada telefónica que le hizo Joe Biden, vicepresidente de Estados Unidos, para no conceder asilo a Snowden.
El espionaje descarado de Estados Unidos, que se documenta cada vez más, está congelando las relaciones entre Obama y sus colegas. Después de un par de décadas de buenas relaciones que comenzaron en los años noventa, este nuevo problema las echa de nuevo hacia abajo. Muchos latinoamericanos sienten que Estados Unidos está reviviendo su vieja costumbre de hacer lo que le viene en gana con sus vecinos del sur. Por eso, la palabra ‘neocolonialismo’ ya se vuelve a escuchar.
Es irónico que Barack Obama, muy popular en América Latina cuando fue elegido por primera vez el 2008, esté siendo percibido ahora como uno de los ‘viejos villanos’, como el presidente estadounidense Richard Nixon y su influyente consejero Henry Kissinger.
Si Obama quiere ser visto como un líder fiable en el continente, entonces debe detener la ola de espionaje más indiscriminada. Es su oportunidad, porque esto se ve feo en este momento.