Por: David Trads
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Nunca olvidaré la primera vez que escuché hablar sobre Víctor Jara, cantante y activista chileno. Fue en 1989. Iba a reunirme con algunos compañeros en un bar de Bellavista, la zona bohemia de Santiago, cuando, con el sonido de una guitarra, se comenzó a escuchar lentamente esta canción: ‘Te recuerdo, Amanda, la calle mojada, corriendo a la fábrica donde trabajaba Manuel’
Mientras la escuchaba, vi a una estudiante llorar. ‘Esta canción me recuerda los años oscuros de la era fascista de Pinochet’, comentó Lina. ‘Mi tío era un profesor de tendencia política de izquierda, que fue torturado por el régimen en 1973. No solo él, sino muchos otros familiares y amigos fueron asesinados, torturados, detenidos o exiliados’.
Jara, compositor de Te recuerdo, Amanda, es uno de los símbolos del golpe militar que tuvo lugar en Chile hace 40 años. Fue uno de los primeros en ser detenidos porque sus canciones eran parte del movimiento del presidente izquierdista Salvador Allende. Fue torturado en los sótanos del Estadio Nacional un par de días antes de que fuera arrastrado por el césped, donde los prisioneros podían verlo.
Con su cabeza hinchada y los dedos rotos, los guardias, burlonamente, le pidieron que tocara su guitarra. Jara comenzó a cantar Venceremos. Luego, fue asesinado.
Me conmoví tanto por esa historia que, al día siguiente, se la conté a una empresaria chilena. Eliana no se sintió identificada para nada con la historia. ‘Víctor Jara, Salvador Allende y todos esos comunistas eran peligrosos. Querían convertir a Chile en una dictadura al estilo soviético. Habríamos sido como Cuba si hubieran ganado ideas tan pequeñas como las de su amigo y cantante. Alabo a Dios por la existencia de Augusto Pinochet. Salvó a nuestro país. Es un gran patriota’, me dijo Eliana.
Estas dos experiencias (el testimonio de la estudiante izquierdista y el de la empresaria chilena) eran antagónicas y apasionadas. Una adoraba a Allende, pero odiaba a Pinochet. La otra adoraba a Pinochet, pero odiaba a Allende.
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Lo interesante es que, cada vez que voy a Chile, siempre me encuentro con posturas apasionadas. Por un lado, están los chilenos que todavía apoyan o apoyaron a Allende, electo pero destituido. Por otro, están aquellos que apoyan o apoyaron a Pinochet, el general de derecha que estuvo en el poder durante 17 años.
Nunca sabremos si los argumentos a favor de los partidarios al golpe militar son acertados. ¿Chile se hubiera convertido en una dictadura comunista si Allende hubiera continuado? ¿Habría llevado a un nivel mayor las nacionalizaciones, tomado posesión de tierras, asesinado a un gran número de simpatizantes de extrema derecha y unido al país en una alianza con la Unión Soviética? No lo sabremos, porque Allende fue abatido en el golpe militar del 11 de setiembre de 1973.
Todos sabemos lo que pasó después. El régimen de Pinochet mató a decenas de miles de detenidos y exilió a otros muchos.
Sin embargo, Pinochet logró mejorar las condiciones de vida de los chilenos y estableció un marco impresionante de éxito económico que hoy hace de Chile uno de los países más ricos de América Latina.
Precisamente, este bienestar económico sigue siendo hoy día el principal argumento de los seguidores de Pinochet para defenderlo.
En muchos sentidos, las elecciones presidenciales de Chile del próximo 17 de noviembre pueden ser vistas como un referéndum del pasado. La candidata izquierdista y favorita en los comicios, Michelle Bachelet, y su oponente derechista, Evelyn Matthei, comparten un pasado dramático. El padre de Bachelet fue un general leal a Allende. El padre de Matthei fue uno de los generales de la Junta de Gobierno de Pinochet. Durante la actual campaña presidencial, ya se ha dicho incluso que el padre de Matthei habría estado vinculado con el asesinato del padre de Bachelet. La agonía de Chile de aquel 11 de setiembre no va a desaparecer.
