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(Opinión) Sillicon Valley deja el ghetto

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Por: Rodolfo Rojas

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El periódico que destapó el escándalo de Watergate y forzó la renuncia de Richard Nixon no sobrevivió a la crisis de la industria. Los recortes de personal habían sido la alternativa inicial, pero era una ruta con destino incierto. Hasta el lunes 4.

¿Qué representa la venta por apenas US$ 250 millones -el 1% de la fortuna de Bezos- de uno de los tres diarios más influyentes en Norteamérica? (Además del New York Times y el Wall Street Journal).

Durante años, los dos centros de poder, California en la Costa Oeste, y Washington-Nueva York en la Costa Este funcionaron como compartimentos estancos. Mantuvieron una relación marcada por la mutua desconfianza. Pese a los intentos de seducción de la clase política, la élite de Sillicon Valley siempre fue reacia a jugar bajo las reglas de Washington.

Los capitanes de la industria tecnológica parecen haber comprendido que no pueden vivir de espaldas al reino de la política, donde se decide no solo el rumbo de la nación o la prolongación del sueño americano, sino cosas más pedestres como las políticas migratorias o tributarias que tienen un impacto decisivo en la economía.

Sillicon Valley necesita de la diversidad cultural de Nueva York y el peso político de Washington DC. Mientras que estas últimas se beneficiarán de los recursos y la capacidad sin precedente de innovación de la industria tecnológica. Una suma que podría encontrar la salida a una crisis que ya dejó de ser estrictamente económica.

Cambiar el mundo, leit motiv que ha llevado a un grupo de emprendedores desde el garaje de sus casas a la cumbre de la nueva economía, es una ecuación en la que, además de negocios innovadores, se necesita tener una cierta dosis de influencia en los asuntos públicos.

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En una industria donde el indicador de éxito es la capacidad de poner contra la pared a un presidente o de despertar la ira de los que operan tras bambalinas, es legítimo preguntarse si el diario que publicó los papeles secretos del Pentágono sobre la Guerra de Vietnam, podrá seguir actuando con la libertad e independencia que le ganaron la simpatía de sus lectores y el temor de la clase política.

No en vano Katharine Graham, quien junto a Ben Bradlee condujo al Post en sus horas de gloria, solía decir: ‘Creo que la democracia florece cuando el gobierno puede tomar medidas legítimas para mantener sus secretos, y cuando la prensa puede decidir si imprime lo que sabe’.

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