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La temida “Casa Roja” se convirtió en un museo en Irak

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“Todavía tengo un dolor de espalda terrible. No puedo estar sentado durante mucho tiempo”, afirma el exprisionero, de visita en la otrora temible Casa Roja, en Solimania, la segunda ciudad del Kurdistán iraquí, 270 kilómetros al norte de Bagdad.

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Cuando cruzó por primera vez el umbral de esa prisión, hace 20 años, pensó que jamás saldría vivo. Como cientos de activistas kurdos, entre ellos Bahroz Qachani, el actual gobernador de la provincia de Solimania, Ali había sido acusado de subversión por el brutal régimen de Sadam Husein (1979-2003).

Pero aunque sigan allí los barrotes y el alambre de púas que impedían a los prisioneros escaparse, el edificio de hormigón de altos muros rojos, ubicado en un rico barrio de Solimania, ya no es una prisión.

La Casa Roja, entre 1985 y 1991 un infame centro para torturar a los rebeldes kurdos que luchaban contra el exdictador tan temido que los padres kurdos solían amenazar a sus hijos con enviarlos allí por no hacer sus deberes o por otras fechorías, es ahora un museo consagrado a recordar esos horrores.

Desde 1996, el “Museo Nacional Para No Olvidar” exhibe los métodos de tortura que los leales al régimen empleaban antes de que las tres provincias kurdas de la región norte de Irak lograran algo de autonomía y respiro del dictador.

Centro de “interrogación” Llevó seis años construir el edificio, que fue diseñado por ingenieros de la antigua Alemania del Este, cuenta Ako Gharib, director del museo.

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“No era una prisión en sentido convencional”, señala. “Era un ‘centro de interrogación’. Los detenidos permanecían de seis a ocho meses y luego eran transferidos a Abu Ghraib o Bagdad”, añade, en alusión a la ciudad al oeste de la capital que alberga a la tristemente célebre prisión.

Los “interrogatorios” en la Casa Roja eran un eufemismo en la era de Sadam Husein para las técnicas bárbaras utilizadas por la Dirección General de Seguridad para extraer “confesiones” a los prisioneros.

En los años 1980 y 1990, cada sala de la Casa Roja estaba dedicada a un tipo específico de tortura, dice Gharib.

En un cuarto insonorizado, se puede ver la figura de un detenido cuyas manos están atadas a un tubo de metal en el techo, con los pies colgando a 50 centímetros del suelo.

En otra sala, los guardias ataban los pies del prisionero en una barra de metal a la altura del pecho, mientras otro guardia golpeaba los pies del detenido con un cable eléctrico o un tubo de metal. Los golpes podían durar de seis a 12 horas, dice Gharib.

“La mazmorra de un dictador” Ali recuerda bien esa sala. Integrante desde los años 1970 de la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), el partido del actual presidente iraquí Jalal Talabani, fue arrestado en enero de 1990 por los esbirros del régimen de Sadam Husein y llevado a la Casa Roja acusado de subversión.

“Me dijeron que si confesaba no me torturarían, y que si no confesaba me pondrían un cable en el pene y me darían corrientes eléctricas a través de él”, cuenta.

Desde su arresto sufre de horribles dolores en la columna.

“Cuando me acuesto a dormir, recuerdo el sitio donde, durante dos meses, mi cama era un trozo de cartón”, dice Ali, ahora funcionario del ministerio de Educación del Kurdistán iraquí.

Y la práctica de extraer confesiones sigue afectando a Irak.

Las fuerzas lideradas por Estados Unidos que derrocaron al régimen de Saddam Husein pasaron años, desde la invasión de 2003 hasta el final del retiro de las tropas en diciembre de 2011, tratando de reformar el sistema de justicia de Irak para que se considere una amplia gama de pruebas. Pero la policía y los jueces siguen dependiendo en gran medida de las confesiones.

En su informe anual de 2013, la ONG Amnistía Internacional afirmó que en Irak “la tortura y otros maltratos eran frecuentes y generalizados en las prisiones y centros de detención … y fueron cometidos con impunidad”.

Ali pasó casi un año en la Casa Roja. Debía ser transferido a la prisión de Abu Ghraib, pero fue liberado en marzo de 1991, cuando una marcha en contra de las fuerzas de Sadam Husein en Solimania puso punto final a las actividades en esa prisión.

Los recuerdos sin embargo siguen vivos.

“Este edificio era la mazmorra de un dictador. Nunca podremos olvidarlo”, afirma.

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