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Faltó tiempo para un café con el Papa en la favela de Rio

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“Le dije: ‘papa Francisco, fue el mejor regalo de mi vida”, dijo emocionada Maria Lucia dos Santos da Penha, ama de casa y “católica practicante”, tras recibir al pontífice en su casa, en un inusual día lluvioso y frío.

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Maria Lucia no durmió, limpió su casa temprano y recibió a unos 20 familiares y amigos. Luego todos aguardaron al ilustre visitante, el primer papa latinoamericano de la historia, con el café esperando por colar y la torta casera lista.

“Qué ansiedad, que ansiedad”, repetía a la AFP minutos antes de que Francisco atravesara el portal de su casita amarilla “de sorpresa”.

“Sé que las bendiciones se extienden a todas las familias de la comunidad (…). Nos dijo que esta casa era bendita, que la familia era maravillosa, que nos ama a todos. Es una persona tan simple”, siguió Maria Lucia, que por milagro, según dijo, no perdió la compostura.

Agua, no cachaça

El papa, que llegó el lunes a Rio en su primer viaje internacional para presidir la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), caminó por las calles de Varginha, saludó a sus vecinos, bendijo el altar de la humilde iglesia, aún en construcción, y habló con los fieles en un campo de fútbol.

“Habría querido llamar a cada puerta, decir ‘buenos días’, pedir un vaso de agua fresca, tomar un ‘cafezinho’, y no un vaso de cachaça (licor de caña de azúcar)”, dijo con una sonrisa cómplice, que arrancó carcajadas a los presentes.

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Varginha es una pequeña favela, chata y gris, que fue reconquistada por la policía hace menos de un año de manos del narcotráfico, desconocida para muchos en esta ciudad sembrada de favelas, algunas colgadas de los cerros sobre el mar.

“Viene aquí porque necesitamos más de él, necesitamos más de la misericordia de Dios”, consideró Maria Lucia, que se negó a revelar su edad. “Soy una veterana”, dijo risueña.

El papa Juan Pablo II visitó en 1980 la favela de Vidigal, que mira al Atlántico, donde abogó entonces por una “Iglesia de los pobres”. Emcionado, regaló a los habitantes un anillo de oro, que poco después fue robado de la capilla donde era conservado cual reliquia.

En Varginha, con calles reasfaltadas y árboles podados para la ocasión, miles de personas se aglomeraron para ver pasar a Francisco: cámaras y celulares le apuntaban, mientras el llanto, las risas y la emoción se apoderaban del lugar.

El papa no visitó la casa de Amara Marinho Oliveira, de 82, pero le besó su mano. La emoción fue tal que su presión arterial subió y fue llevada al hospital.

“Para mí, él es un remedio espiritual, me siento como otra persona”, había dicho la anciana antes a la AFP.

Sin dulce de leche

Carmen Mendonça Machado (59), amiga de toda la vida de Maria Lucia, ayudó con la torta, aunque confiesa que olvidó comprar el dulce de leche que tanto le gusta al papa argentino.

“No fuimos a Roma, pero el papa vino a nosotros. Fue un momento perfecto”, dijo a la AFP después de verlo.

Francisco cargó a los niños en la casa, incluida la nieta de Maria Lucia, de dos años. Y por supuesto, se tomaron fotos, que ya tienen un lugar reservado en la sala.

En Varginha hay una fuerte presencia evangélica, al punto que hay una sola Iglesia católica y cuatro neopentecostales.

Pero eso no evitó que las calles se llenaran.

“Todo lo que es nuevo llama la atención”, justificó Matheus Ribeiro, un mesonero de 24 años, que abandonó la religión católica por considerarla “muy rígida”, pero estaba en primera fila esperando el paso del pontífice.

Francisco busca renovar la Iglesia en crisis, sacudida por escándalos de corrupción y de pedofilia.

Y a ritmo de cafecitos, sin cachaça, espera conquistar fieles y contener la sangría que sufre el catolicismo en Brasil y el mundo.

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