Pero no más disgustos, los quejicas del mundo tenemos ya nuestro propio rehab, AComplaintFreeWorld.org. Si te unes a la organización ‘un mundo sin quejas’ recibirás un brazalete púrpura de goma. La idea es que cada vez que te quejes te coloques la pulsera en la otra muñeca. La meta es lograr que pasen 21 días sin que el mundo note el mínimo disgusto que sientas por algo. ¿Estúpido? No para su fundador, Will Bowen, quien asegura en un artículo del New York Times que ‘un montón’ de investigaciones demuestran que quejarse daña la vida personal y profesional de uno y que luego de pasar 21 días sin hacerlo, las personas se sienten más felices. Hay 10 millones de convertidos en 106 países que llevan orgullosos el brazalete púrpura desde el 2006.
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¿Es positivo reprimir el fastidio que nos genera algo? No, así como tampoco lo es expresar nuestro enojo todo el tiempo. Y lo que suele ocurrir es que las quejas pocas veces llegan a quien deberían llegar, y más bien, suelen quedarse flotando en un espacio seguro junto con otras quejas. Para Bowen, cualquier mínima protesta debería transformarse en un mensaje constructivo y dirigirse, directamente y de manera calmada, a quien la haya motivado. De acuerdo.
Quizás podamos aprender algo sin necesidad de colocarnos ningún brazalete. Nadie quiere ser el llorón del grupo, ese pesado que anda renegando todo el tiempo sobre lo mismo y que luego ignora cualquier solución que plantees o consejo que des. Pero tampoco se trata de fingir la sabiduría de un brahmi y aceptar todo con una sonrisa. Porque maldición, las situaciones más injustas claro que merecen una queja, y una de lo más rabiosa. Pero junto a la queja, intentemos una propuesta, y si es posible, una acción. Siempre que no sea un revistazo en la cabeza, sabremos que estamos avanzando.