Por: Verónica Klingenberger
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¿Qué pasa que ahora todos buscan en el arte esa dosis de justicia que le falta al mundo? Que si se rompió un pacto de palabra entre un artista y su galerista, que si el porcentaje que se llevan las galerías es muy alto, que si las dos ferias que hubo la semana pasada son muy caras para la mayoría de personas, que si una obra es de derecha o de izquierda antes que discutir los efectos que ese trabajo generó en ti. ¿Cuáles son los límites de la discusión? Es difícil saberlo cuando los argumentos dan paso a opiniones emotivas, generalmente hepáticas o, en el mejor de los casos, irónicas. ¿Estamos hablando sobre arte contemporáneo o sobre el negocio del arte contemporáneo? ¿Cuál es el contexto del debate?
Discutir sobre lo primero es más complejo, aunque vale la pena dejar claro que concebir el arte contemporáneo como una gran estafa o como otra demostración de la banalización de nuestra cultura, responde a una mirada prejuiciosa y sesgada. Sobre lo segundo, el economista Don Thompson escribe en su celebrado libro ‘$12 Million Stuffed Shark: The Curious Economics of Contemporary Art’ que el negocio del arte es el menos transparente y el menos regulado del mundo. Y lo dice luego de realizar una exhaustiva investigación que le permitió tener acceso a los principales coleccionistas, distribuidores, subastadores, curadores y organizadores de ferias de arte de todo el mundo. Thompson tiene las pruebas que ratifican las sospechas de muchos.
El mercado del arte contemporáneo ha transformado a los artistas en marcas, y el negocio tiene que ver más con lobbys y agotadoras maratones de relaciones públicas que con las obras mismas. En el caso local, cabría la pena preguntarse: ¿Cómo se organizan estas ferias?, ¿Quiénes entran y quiénes no? ¿Quién decide que la obra de un artista que el año pasado no superaba los 5 mil dólares, hoy supere los 10 mil? ¿Qué es lo que compran los coleccionistas de arte? ¿Quienes son esos coleccionistas de arte? Según Thompson, en su mayoría se trata de gente con mucho dinero y mucha inseguridad, que es fácilmente manipulable. Más que apostar por una inversión a largo plazo que supondría revender la pieza en algún momento, compran prestigio. Entonces, el mercado del arte contemporáneo no se diferencia en nada del resto de mercados que capitalizan el lujo. Fin de la fantasía.
Si tuviera que lamentarme por algo sería porque los artistas que más me gustan están casi siempre fuera del minúsculo circuito del arte contemporáneo limeño. Pero las reglas del juego están claras incluso para ellos. Si se hicieron artistas para ganar dinero, tendrán que competir valiéndose de todos los trucos posibles para sobresalir y vender bien.