El moreno bajo y fornido que el mundo pudo ver con cierto asombro al lado de Jorge Bergoglio en su asunción el martes está de nuevo en Argentina trabajando 16 horas por día con la basura en la calle, tras bautizar a Francisco “el Papa cartonero”.
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Vestido con su modestísimo atuendo de trabajador del cartoneo, o mejor dicho (con cierta elegancia), reciclador o recuperador de desechos, Sergio Sánchez dejó atrás la pompa y el boato de un viaje de ensueño al Vaticano, para trajinar otra vez el asfalto.
“Estamos felices con nuestro Papa ‘cartonero’. Él siempre estuvo con nosotros en las misas predicando contra el trabajo esclavo, contra la trata sexual y en favor de los pobres”, afirma a la AFP Sánchez, nacido en Mar del Plata (sur) hace 49 años.
Encargado de coordinar a los miembros de la Cooperativa el Amanecer de los Cartoneros, con más de 3.000 hombres y mujeres en Buenos Aires, dice que Bergoglio los invitó a la inauguración del pontificado por una relación de tantos años.
“Como su familia”
“Me conocía bien. Por eso me tocó ir al Vaticano. Pero podía ir cualquiera de nosotros. A José (del Corral, un humilde maestro de escuela) y a mi nos besó y abrazó. Y nos dijo: ‘¡Sigan adelante con su lucha!”, narra su experiencia en la Santa Sede.
Del Corral es otro viejo conocido de Bergoglio que ocupó con Sánchez un lugar de honor en las ceremonias, a menos de 5 metros del Santo Padre, cuando los dignatarios de todo el mundo se ubicaban a mayor distancia.
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“De pronto lo vemos bajar la escalinatas y nos sonrió, contento de vernos. Después caminamos detrás de él para entrar a un gran salón. Estaban los presidentes, los reyes, pero nosotros ahí…, como su familia”, se enorgullece.
Sánchez acaba de llegar desde Villa Fiorito, donde arranca su largo día de 15 o 16 horas, y se siente algo cansado de dar entrevistas, de haberse convertido casi en una celebridad.
“Mi vida cambió en 2001 (la peor crisis económica de la historia). Yo manejaba un camión que cargaba tierra, pero el dueño se fundió. Tuve que empezar con el cartoneo con mi mujer y con mis hijos”, recuerda.
Sánchez cuenta su historia sentado detrás del portal de la sede de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, que incluye una mutual con flamantes consultorios médicos en un edificio donado por el Estado.
La construcción tiene una colorida fachada de murales que muestran escenas de trabajadores, en el barrio de Constitución, en el sur de Buenos Aires, en medio de viejas casas de los años 30 y 40, precarios locales de comida que huelen a fritura y prostitutas en las esquinas.
Ola de prejuicios
“No sé leer tan bien ni escribir y sólo tengo completa la escuela primaria. Pero sé pensar”, advierte al comentar la ola de prejuicios y desprecio que se descargó sobre los cartoneros cuando aparecieron en 2001, en plena crisis, cuando la pobreza trepó al 57%.
Luego de comer algo al paso, el “cartonero del Papa” pasará por algunos corralones del barrio de Barracas para organizar unos 60 recorridos de más de 50 cartoneros cada uno, con el fin de recolectar basura.
Papeles, cartones, maderas y metales serán separados de las bolsas de desperdicios para ser cargados en carros de hierro y luego subidos a camiones, mientras que los recolectores volverán a bordo de desvencijados autobuses.
Aquellos seres como espectros en la noche que juntaban basura como podían en 2001, son ahora millares en todo el país y organizados en cooperativas, aunque aún son explotados con precios viles, según denuncian en sus marchas callejeras.
“Una vez Bergoglio, en una misa dijo que están matando a nuestros hermanos esclavizados, en los talleres clandestinos (textiles), en la red de prostitución, en los chicos que mendigan”, evoca Sánchez.
Por ahora, la fiesta terminó y, como dice el catalán Serrat en una canción “vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas”. Pero prometen que no olvidarán a su “Papa cartonero”.