Antes, cuando no teníamos redes sociales, Internet ni autos, la vida era más sencilla. Ahora que hay un millón y medio de carros circulando cada día en una ciudad como Bogotá, las cosas se complican. Niveles de toxicidad y ruido se esparcen por la ciudad.
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Ante tal paisaje, el Día Sin Carro, que se celebra cada primer jueves de febrero, lleva ya 13 años y es una oportunidad para que los bogotanos retomen su independencia vial y el dominio sobre las máquinas.
No obstante, la realidad es otra. Para unos, el Día Sin Carro es motivo de diversión, propicio para hacer ejercicio en bicicleta, patines o patinetas, y para otros implica disgusto porque se sienten obligados a depender del servicio de buses, nada cómodos, para transportarse.
El año 2000, cuando se llevó a cabo el primer Día Sin Carro, circulaban en Bogotá unos 600 mil autos. Se calcula que en la actualidad la cifra rebasa el millón y medio.
Con todo, la celebración del pasado jueves se sintió como si fuera un día feriado. Por todas partes se vio a grupos de amigos aprovechando la medida para ir en bicicleta y hacer paradas de cuando en cuando.
En realidad, la medida intenta privilegiar el medio ambiente y estimular el uso de medios de transporte sanos, que no produzcan humo tóxico. Al mismo tiempo, intenta que las personas se interesen por usar el Sistema Integrado de Transporte Público y el TransMilenio.
Pero hoy, la ciudad vuelve a la normalidad y los carros se sumergen en su mar de humo y bocinas. Continúa el gasto de combustible y la capital colombiana parece despertar de ese sueño, que para unos fue pesadilla y para otros, motivo de fiesta; pero que en el fondo le dio otro ritmo a una de las más grandes ciudades de América Latina. Sin duda, una iniciativa digna de imitar.