Descrito como una persona cerebral, sin mayor gusto por lo mundano, al presidente estadounidense número 44 no le gusta perder y es más efectivo cuando actúa bajo presión, como cuando se repuso en momentos en que parecía perder terreno frente a su rival republicano Mitt Romney en la campaña de 2012.
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Fue en 2004, durante la convención demócrata en Boston, que el aún desconocido Barack Hussein Obama, hijo de un keniano y una estadounidense, se catapultó al centro del escenario político con un vibrante y apasionado discurso en el que abogó por una política de consensos que sedujo al país.
Nacido en Hawai en 1961 y criado durante un tiempo en Indonesia, fue por siete años representante del empobrecido sur de Chicago en el Senado de Illinois (norte). En 2005 fue elegido para el Senado estadounidense, y gracias a su carisma y su elocuencia, se volvió un consentido de los medios de comunicación.
Apenas cuatro años más tarde, este abogado y profesor de derecho constitucional graduado en Harvard se impuso sobre la favorita Hillary Clinton en las primarias demócratas, gracias a una campaña impecablemente organizada y bien financiada.
Ayudado por la debacle bursátil de la segunda mitad de 2008 y el creciente peso de las minorías en las urnas electorales, derrotó en las presidenciales al veterano republicano John McCain, para convertirse en el sucesor de George W. Bush en medio de un gran fervor popular.
Una despiadada “guerra de drones” Pero rápidamente la peor crisis económica desde la década de 1930 ocupó su tiempo, y el enfrentamiento con la oposición republicana no amainó, e incluso se tornó más amargo cuando los republicanos obtuvieron la mayoría de la Cámara de Representantes en 2011.
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Obama no capituló y logró una reforma del sistema sanitario, otra para controlar las actividades de Wall Street, y puso fin a la guerra de Irak. Premio Nobel de la Paz 2009, en 2011 obtuvo uno de sus triunfos más importantes, la eliminación de Osama Bin Laden, mientras adelantaba una despiadada “guerra de drones” contra extremistas islámicos.
Muchas promesas de la campaña de 2008 quedaron sin cumplir, como una reforma del sistema migratorio, la lucha contra el cambio climático, el cierre de la prisión de Guantánamo en Cuba o una reglamentación más estricta a las ventas de armas, lo cual se tornó más imperioso tras la matanza en la escuela primaria de Newtown el 14 de diciembre, el “peor día” de su presidencia según Obama.
Obama logró arrancar a los republicanos un alza de impuestos para los más ricos a partir de este año, pero numerosos temas presupuestarios quedan en suspenso, lo que augura nuevas y duras confrontaciones en el Congreso, un tema de recurrente frustración para quien abanderó el “cambio” y la “esperanza”.
Si la llegada de un negro al más alto cargo de la primera potencia mundial, a 150 años del fin de la esclavitud y a cinco décadas de las luchas por los derechos civiles, ha sido calificada de hecho histórico, Obama se las ingenia para parecer un tipo común.
Al presidente se le puede ver frecuentemente jugando al golf, bebiendo una cerveza o paseando a su perro, y tiene como punto de honor el interrumpir su jornada de trabajo para cenar junto a su esposa Michelle y sus hijas Malia, de 14 años, y Sasha, de 11.