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El último intento

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La decoración navideña de mi departamento se reduce a tres tarjetas colocadas en una mesa. No hay botas, frutos secos, ni Nacimiento. No hay más luces que las que alumbran regularmente el espacio en el que vivo. No odio la Navidad ni celebro a los ateos cargados de datos insulsos sobre la imposible virginidad de María (¡duh!). Hace muchos años que dejé de creer en Dios y fue menos traumático que dejar de creer en Papá Noel, pero daría todo para que la Nochebuena vuelva a ser el mejor momento del año.

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Cuando era niña, la Navidad era una noche larguísima y feliz que terminaba cuando iluminábamos el cielo con cohetones que nunca eran lo que prometían. Aunque no éramos especialmente religiosos, la casa de la avenida del Ejército sí tenía árbol, velas, dulces, y el mejor Nacimiento del mundo. Rodeado de sus cinco hijos, mi padre se tomaba toda una mañana para armarlo, y recuerdo ese momento como uno de los más felices de mi infancia. Primero colocaba los libros como cerros. Luego forraba todo con ese papel verde con manchas. Los lagos eran espejos. Las figuras se ubicaban con cuidado, las grandes adelante, las pequeñas atrás. En primer plano, a la derecha, José, María y el Niño disfrutaban su calefacción de vacas y bueyes. A la izquierda, los Reyes Magos se movían mágicamente, aunque alguna vez, por su inexplicable quietud, aposté a que llegarían el 8 de enero.

¿A veces no consigues volver a sentir eso que llaman ‘espíritu navideño’, pero la emoción que genera el recuerdo te dura muy poco? Las familias cambian e incorporan nuevos miembros, por lo que resulta difícil conservar el cerrado núcleo familiar de cuando uno era niño. Además, todos nos cansamos más pronto y nos sentimos un poco más tristes. Alertada por la ausencia absoluta de huellas de la Navidad en mi casa, hace unos días asumí una misión que pondré en práctica en diciembre del 2013: resucitar el Nacimiento de mi padre. Sobrinos, están invitados a servir como ayudantes. Esa mañana estará permitido todo menos la deserción a cambio de la efímera satisfacción de ver alguna tontería en YouTube. Y ese será, Navidad, mi último intento para recuperar lo que alguna vez tuvimos.

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