Jorge Sánchez Herrera – Nómena Arquitectura
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Arquitecto/Urbanista
jorge@nomena-arquitectos.com
Se dice que Jeff Bridges y Maggie Gyllenhaal llevarán al cine la tormentosa relación de Mies van der Rohe con su clienta Edith Farnsworth, que originó uno de los edificios más influyentes del siglo XX: La Casa Farnsworth. La historia es conocida: la construcción avanzó junto con el desencanto de Edith, tanto ante su arquitecto como ante su futura casa de campo.
Mies aprovechó el encargo para plasmar sus ideas sobre arquitectura moderna: dos planos horizontales (piso y techo) limitan un solo espacio que ‘flota’ sobre el suelo. Edith, sin embargo, terminaría demandándolo por la poquísima utilidad que representaba ‘una caja de vidrio’ en medio del bosque y a merced de las condiciones climáticas de Illinois.
No es inusual el caso del edificio canónico y disfuncional. La Terminal Marítima de Yokohama fue un proyecto que lanzó al estrellato a Alejandro Zaera y Farshid Moussavi por marcar un hito en la relación entre infraestructura y espacio público, aprovechando el creciente desarrollo tecnológico en el diseño. El espacio público (encima) se fusiona con la terminal (debajo) mediante una estructura que se vuelve piso, pared y techo con fluidez, permitiendo que el espacio interior sea continuo y flexible. Pero esto mismo convierte el interior en un espacio indeterminado y oscuro. Entiendo que el espacio público sigue funcionando bien, pero, al menos cuando lo visité y aparentemente por la falta de pasajeros, el interior lucía casi abandonado.
Algo parecido me ocurrió al visitar el Centro de Aprendizaje Rolex en la Universidad de Lausana (Suiza). Dos gigantescas losas paralelas y perforadas por patios se pliegan para permitir el ingreso de luz y la circulación por debajo, a la vez que intentan delimitar los subespacios del Centro. El edificio también es un alarde tecnológico y teórico con serias complicaciones funcionales. Las pendientes que generan los pliegues resultan muy difíciles de caminar y el hecho de ser una gran superficie continua se contrapone al tener que albergar espacios con distintos requerimientos de luz y privacidad.
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Menciono esto por el debate que sigue suscitando el edificio de la UTEC. Para sus admiradores, el edificio en Barranco es un valiosísimo aporte tipológico a la arquitectura. Un campus vertical que ha sido resuelto con atrevimiento y una gran calidad espacial, en armonía con una estructura necesaria en un país sísmico. Sus críticos mencionan la falta de espacios útiles y verdes, así como problemas de vientos y sonido. Y la verdad es que creo que ambos tienen razón.
Sé que es peligroso afirmar que un edificio puede generar nuevas corrientes de pensamiento arquitectónico y, a la vez, tener serios problemas de uso; pero lo inverso me resulta mucho peor. Porque las ideas arquitectónicas necesitan construirse para ponerse a prueba. Y si condenamos aquellos edificios que han logrado avances importantes en la disciplina y, en ese riesgoso intento fracasaron en otros aspectos, estaremos también condenando a la arquitectura a estancarse en la mediocridad de tener que satisfacer solo una de sus muchas variables.
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