A lo largo de los meses de julio y agosto fueron y vinieron las noticias veraniegas del hemisferio norte, y con ellas las contingencias vinculadas al calor extremo y el turismo. No he podido durante estas semanas sustraerme a una sucesión de titulares referidos a los selfies. O, para ser más exacto, a los selfies llevados al extremo de la irresponsabilidad.
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Hace unos días, dos turistas fueron detenidas en Roma por pelearse ante la famosa Fontana di Trevi. ¿La causa? Hacerse una autofoto. Allí hubo empujones y hasta bofetadas. Anteriormente, un joven madrileño de 17 años se electrocutó al subir a la cubierta de un tren para ¡hacerse un selfie! Y el tercer ejemplo, aunque hay muchos más, es el del multimillonario chino Wang Jian, quien murió recientemente al intentar lo mismo en un muro en Francia.
¿Por qué surgen ahora estos problemas, alrededor de un fenómeno que nació rodeado de encanto, buenas energías y disrupción tecnológica? La pregunta es pertinente, por lo que significa para la vida humana y las normas de convivencia.
Sin embargo, algunos consideran que siempre han existido los temerarios e imprudentes, mucho antes de que nuestros celulares pudieran girar la cámara.
Soy un defensor del selfie, porque creo que aporta naturalidad y frescura a la fotografía. Es cierto, no obstante, que puede estimular el narcisismo y la superficialidad, sobre todo en personas inseguras, que lo apuestan todo a la imagen exterior. ¡Esa es una realidad en el debate sobre el impacto de las nuevas tecnologías!
El 55% de los especialistas de la Academia Norteamericana de Cirugía Facial Plástica y Reconstructiva atendió el año pasado a pacientes que acudían a ellos simplemente porque deseaban ‘verse mejor’ en los selfies. Así de crudo: el selfie como motivo para intervenir quirúrgicamente el cuerpo.
No tengo nada en contra de las operaciones estéticas, siempre que nos ayuden -moderadamente- a superar problemas que consideramos importantes para sentirnos mejor con nosotros mismos. Hacerlo para buscar la autofoto ‘perfecta’, suena bastante frívolo. ‘Hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir’, afirmaba el escritor francés Honoré de Balzac en el siglo XIX y la frase conserva actualidad. La clave para no sucumbir ante el narcisismo está en la educación en valores, para formar seres humanos emocionalmente equilibrados, pero a la vez conscientes del impacto tecnológico. Mientras tanto, tener mucho sentido común para no morir en el intento. ‘El sentido común modera’, como diría la actriz y cantante alemana Marlene Dietrich.
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