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Pero ¿qué buscan los turistas que callejean por las zonas de guerra, entre minas y balas perdidas?
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Un puñado de agencias llevan a sus clientes a destinos insospechados. La inglesa Hinterland Travel es una de ellas, pero el jueves se llevó un sobresalto cuando un grupo de doce europeos y estadounidenses fueron alcanzados por un cohete de los talibanes en una carretera de Herat, en el oeste de Afganistán.
Seis viajeros, entre ellos el jefe de la agencia Geoff Hann, resultaron heridos leves.
Con sólo llegar a Kabul, el grupo era la envidia en Facebook de los amantes de la adrenalina. “Me da ganas de irme con él”, escribía David Stanley sobre Geoff Hann, un viajero experimentado de 78 años, al ver las fotografías publicadas en la prensa.
Cada país merece una visita
¿Curiosidad insana? ¿Necesidad de desafío personal? ¿Búsqueda de sensaciones fuertes? La pregunta es: ¿por qué arriesgar la vida en vacaciones cuando tanta gente lucha desesperadamente por salvarla?
En 2013 un camionero japonés, Toshifumi Fujimoto, pasó unas vacaciones en la ciudad siria de Alepo. Contó a la AFP que ya había visitado Homs (también en Siria), Yemen, en plena guerra, y El Cairo, durante la caída de Hosni Mubarak.
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En Sarajevo, los reporteros se topaban con turistas que visitaban el Holiday Inn, cuartel general de la prensa internacional en esta ciudad asediada. En el verano de 2015, la embajada de Francia en Kabul localizó in extremis a dos jóvenes que visitaban la zona haciendo autoestop y alojándose en casa de particulares.
“Los motivos de nuestros clientes son variados”, responde James Willcox, fundador de la agencia Untamed Borders (Fronteras Salvajes) en el oeste de Inglaterra, que llevó recientemente a un grupo de intrépidos a bajar en kayak el río Panjshir, en el norte de Afganistán.
“Conocer otra cultura, comprender mejor la complejidad geopolítica, porque habían venido en los años 70, por los enclaves arqueológicos… las razones son infinitas”, apunta.
Jonny Blair, un norirlandés de 36 años que viajó con él, asegura que “un partido de fútbol con niños cerca del monasterio budista de Samangan (norte), o la noche que pasó conversando mientras bebían té y chicha en Mazar e Sharif”, en el norte, son sus mejores recuerdos de Afganistán.
“También viajé a Irak, China, Venezuela, Palestina y Corea del Norte: cada país merece ser visitado”, escribe por correo electrónico desde el enclave ruso de Kaliningrado, en el Báltico, donde acaba de “conseguir un visado para varios días”.
’No envejecer sin cicatrices’
A sus 46 años, John R. Milton explica, desde Estados Unidos, que “los destinos que se salen de lo archiconocido son mucho más enriquecedores: se descubre, sin filtro, las sociedades y culturas”.
“No envejecer sin cicatrices es mi cita preferida”, escribe este exbanquero de inversiones que dedica su jubilación, a una edad temprana, “a explorar las hermosuras del mundo”, como Afganistán en junio pasado.
También fue a Pakistán, Somalia y Corea del Norte, donde celebró el aniversario del líder Kim Jong Un “en compañía de Dennis Rodmann”, ex campeón de la NBA. “Mi recuerdo más memorable, en la cárcel en Mogadiscio”…
“Son experiencias que nunca vas a vivir en el mundo occidental. Y sí, quizá sea peligroso, pero los riesgos son controlables y la recompensa es tal que valen la pena”, insiste.
Para Afganistán, que apuesta por sus tesoros naturales y arqueológicos para resucitar el turismo, una de sus escasas fuentes de divisas (20.000 turistas en 2015), el suceso de Herat es desesperanzador.
“Ahora, incluso se ataca a los turistas extranjeros ¡Qué vergüenza!”, afirma un habitante de Kabul, Hamid Zahzeeb, en Twitter.
Los afganos esperan que el incidente no desanime a los viajeros.