PUBLICIDAD
VANNA PEDRAGLIOCOACH DEPORTIVA Y NUTRICIONAL
Aunque hoy en día la humanidad se considere en su pico evolutivo, no necesariamente nuestra alimentación actual sigue el mismo destino de la tecnología, la ciencia moderna o los logros deportivos. Nuestros procesos de fabricación de alimentos han fracasado en la meta de mejorar la salud y aumentar la longevidad. ¿Por qué lo digo? Pues porque en tiempos de nuestros antepasados, ellos comían una amplia variedad de vegetales, frutos secos, raíces y carnes. Su alimentación estaba basada en un alto contenido de grasas y proteínas, muy baja en carbohidratos como granos o azúcares. Nuestra genética en esencia es la misma, aunque hoy nuestra alimentación sea muy diferente. En pocas palabras, no fuimos diseñados para consumir grandes cantidades de azúcar refinada, jarabe de maíz de alta fructosa, cereales, panes, papas fritas y productos lácteos pasteurizados. Actualmente, nuestra comida es el reflejo de gran parte de los problemas de salud y metabólicos que nos afectan más que nunca.
¿Por qué seguimos pensando que la glucosa o los carbohidratos son indispensables, que sin ellos moriríamos por debilidad o falta de energía? Históricamente nuestro consumo de carbohidratos ha sido siempre bajo, habiendo sido las enfermedades que hoy conocemos por consumo en exceso de alimentos con azúcar refinado, como la obesidad y la diabetes, bastante inusuales.
Haríamos bien con un switch en nuestro metabolismo actual, volver a atender los genes con los que nacimos y buscar optimizar el funcionamiento del cuerpo para volverlo una máquina de consumir grasas y no de almacenarlas. Lo conseguiremos al cambiar una alimentación basada en carbohidratos por otra con mayor contenido de proteínas, verduras, semillas, frutos secos y grasas saludables. Este cambio logrará que -por efecto secundario de un equilibrio en la química de nuestro cuerpo- empecemos a perder grasa corporal de manera natural. Pero es verdad también que para hacer un cambio que dure en el tiempo y no se malinterprete como una dieta ‘casual’, es indispensable hacerlo de a pocos. Para eso, puede ser muy importante saber la cantidad real de carbohidratos que necesitamos, para poder agregar esas cantidades como mínimo en nuestras comidas y acompañarlas con los demás grupos de alimentos.
Esto puede significar reducir la mitad del plato (50% de las calorías totales) a un tercio solo en carbohidratos por comida y, aún mejor, con el tiempo poder bajarlo a un 20%. Eso sí, tomando en cuenta siempre que todos somos distintos y que lo mejor es probarlo con nosotros mismos y encontrar un equilibrio propio en el que nos sintamos bien, con energía y saludables. Esto podemos traducirlo también a un consumo de 30 a 150 gramos de carbohidratos por día, en función al nivel de ejercicio que hagamos y que tan rápido se vaya adaptando el cuerpo a consumir grasas. Al eliminar estos requerimientos de azúcares, lo ideal sería aumentar radicalmente la cantidad de vegetales y las grasas saludables: palta, aceite de coco para todo tipo de cocción, yemas de huevo, frutos secos crudos como almendras o nueces, semillas como el ajonjolí, la chía y la linaza, y sus aceites en frío, carnes de animales alimentados de pastos y aceitunas. El cuerpo no interpretará ese tipo de alimentación como una ‘dieta’, ya que las grasas sacian mucho más que los carbohidratos. Si al reducir la cantidad de carbohidratos en tus comidas aún sientes hambre, será porque no la has reemplazado con la suficiente cantidad de grasas saludables, vegetales o proteínas.
Estoy segura que más de uno sentirá grandes beneficios en su salud, ánimo y energía con solo unos pequeños cambios. La evidencia es bastante clara: solo evitando la variación drástica de la secreción de insulina o la consecuente resistencia del cuerpo a la misma, evitará el desarrollo de enfermedades metabólicas. Pero ante todo, aprendamos a escuchar a nuestro cuerpo sabiendo que hay alimentos que nos hacen más daño que otros. ¡El cambio por la salud depende únicamente de ti!