“¡Hola Jurrien! Me alegra verte”, dice Johanna, 92 años, dirigiéndose al joven de 20 años que la visita, un estudiante alojado gratuitamente en la misma residencia para ancianos a cambio de 30 horas de trabajo por mes.
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Al igual que Jurrien, otros cinco estudiantes viven en esa residencia de ancianos de Ceventer, este de Holanda, que alberga 160 pensionistas.
Los estudiantes aportan a los pensionistas lo que le falta a las enfermeras y el resto del personal: tiempo.
Los estudiantes “visitan a los pensionistas para hablar y jugar con ellos” o “acompañarlos al centro comercial, o hacer las compras de los que no pueden desplazarse”, explica Arjen Meihuizen, coordinador de las actividades del establecimiento.
La presencia de estudiantes en las residencias para ancianos de Holanda es la consecuencia de la política de austeridad del gobierno, que entre otras cosas decidió endurecer las condiciones de acceso de los jubilados a esos albergues.
Por esa razón, a diferencia de muchos países europeos, donde no hay plazas suficientes para responder al envejecimiento de la población, en Holanda existe una situación de sobreoferta.
Muchas residencias imaginaron entonces esa solución: llenar las habitaciones vacías con estudiantes a cambio de trabajo, lo que permite equilibrar las cuentas.
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Sin embargo, la residencia Humanitas dice que su motivación principal no es económica sino social.
La presencia de estudiantes permite abrir la residencia hacia el mundo exterior y, de esa forma, luchar contra el aislamiento de los ancianos.
De esa forma, sostienen los promotores de la idea, se resuelven varios problemas, la falta de alojamiento y recursos de los jóvenes y la soledad de los viejos.
En otros países europeos, la convivencia intergeneracional registra también un rápido desarrollo, pero las iniciativas se llevan a menudo al margen de las residencias para ancianos.
Algunos proyectos ponen en contacto a estudiantes en busca de alojamiento con ancianos que tienen una habitación libre.
En Lyon, centro-este de Francia, se experimenta la presencia de estudiantes en una residencia, pero las condiciones son diferentes. Los estudiantes pagan una alquiler y la disciplina es mucho más estricta ya que no pueden recibir visitas de amigos.
Gea Sijpkes, directora de la residencia Humanitas, defiende el concepto intergeneracional que puso en marcha hace dos años, señalando que los pensionistas participan de forma voluntaria.
Los estudiantes se reúnen y proponen actividades en función de sus centros de interés o competencias.
Jordi, por ejemplo, enseñó a un grupo de pensionistas a pintar graffitis con aerosol.
Jurrien da cursos de informática a un hombre de 85 años. “Ahora sé enviar correos electrónicos y navegar en internet, buscar vídeos o armar una página Facebook”, dice Anton Groot Koerkamp.
Los estudiantes destacan las ventajas del proyecto.
“Por un lado no pago alquiler y por el otro me gusta trabajar con los ancianos”, dice Denise, 22 años, estudiante de periodismo.
“Las habitaciones estudiantiles son demasiado pequeñas y caras. Esta es una alternativa fantástica”, agrega Denise.
“Una habitación de 10 metros cuadrados sin baño ni cocina me cuesta 400 euros. Aquí dispongo de un cuarto del doble de superficie con cocina y baño privado”, insiste Jurrien.
Además las condiciones son sumamente liberales, los estudiantes pueden recibir a sus amigos, invitar a dormir a sus parejas, volver a cualquier hora y tener un animal doméstico.