Hay varios procesos psicológicos profundos que nos hacen entrar en problemas de pareja y que, habitualmente, no vemos. No porque seamos ingenuos o poco inteligentes, sino porque hemos sido formados en un modo de ver y comprender individualista y centrado en lo externo. Creemos además que todo lo que nos pasa es producto del pasado y ‘culpa del (los) otro(s)’.
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Muchas parejas se sienten mal o sufren, porque de algún modo, sienten que no son como debieran ‘ser’, tienen un ideal de ser pareja y sufren por no cumplir o responder esas auto exigencias, que se han impuesto. Anhelan ser una pareja ‘normal’ y no ven que aquello no existe y, para peor, tampoco saben cómo sería esa ‘normalidad’ para cada uno. En consecuencia, viven entrampados en un ideal no logrado y, además, no conocido por ambos. Y así, viven en el reclamo.
Otra forma de entrar en el dolor en pareja es la gran diferencia que en muchas ocasiones hay entre ambos miembros en cuanto a cómo entienden y qué esperan de la pareja. Básicamente, existen modos de estar juntos. Así, para algunos es fundamental vivir y sentir que se es individuo y que cada uno tiene su propia vida, y para el otro la cosa es totalmente distinta, piensa y quiere sentir que son un complemento, como si fueran una misma ‘cosa’. De esta forma, viven sufriendo modos distintos de estar, uno centrado en el ser pareja como si fueran uno solo, y el otro prefiriendo ‘estar’ en pareja, aunque manteniendo la sensación de que cada uno es independiente. Viven intentando llevar al otro a su modo y, en consecuencia, están constantemente en la exigencia mutua.
Existe también otro entrampe común y es la dificultad que tienen muchos de separar los ámbitos en sus vidas, y confunden y enredan los dominios de vida. Así, no logran comprender y diferenciar que una cosa es todo lo que está implicado en el mundo de la paternidad y otra que es la vida de pareja. Al final, pareciera que todo es por los hijos y, para variar, la pareja pasa al último lugar de la lista, si es que queda incluida en ella. Lo extraño es que igual añoran ‘ser felices’ en pareja, pero no hacen nada al respeto y se centran sólo en procesos de crianza, de familia, etc. Caen en la ilusión de pedirle al otro que, de algún modo, se haga cargo o debiera hacer los esfuerzos por darle aire fresco o entretener o ‘mantener encendida la llama del amor’. Y si ambos hacen lo mismo, están en un tremendo enredo y situación de estancamiento e insatisfacción.
Muchos se casan sin casarse. Dicen que están casados, pero en realidad viven juntos, o al menos no son conscientes de qué los hizo escogerse, qué y cómo lo hacen para transitar de una vida con la familia de origen o de una vida autónoma y solos, a una vida y a un proyecto común con otro. Muchos se casan o emparejan por mandato cultural, por no sentirse solos, porque se ‘está pasando el tren’, etc. Y cuando se elige desde la inconsciencia, desde el ‘no ver’, desde las presiones externas y no se escoge ni acepta en su totalidad al otro, se está en un relación con poco sentido, que habitualmente lleva a sufrir y a vivir con sensación de estar desdichado(a).
Y lo último que me gustaría rescatar en esta oportunidad es la ilusión de creer que el ‘amor’ basta, que ello solo puede sostener años de relación… ¿No les parece que es hora de hacer las tareas y enmendar el rumbo en pareja? Si es que aún se está a tiempo.