De lunes a lunes, las mujeres dedican 41 horas a la semana a tareas de trabajo no remunerado, como lo son las labores domésticas, de crianza y cuidado; mientras que los varones sólo dedican 19 horas a este trabajo, según datos del estudio ‘No es amor, es trabajo no pagado’, de Fundación Sol de Chile.
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Imagina cuánto ha aumentado esa cifra en tiempos de pandemia. Por estos días vemos cómo el tiempo se nos va de las manos, aún cuando no tenemos que desplazarnos a nuestros trabajos durante largos minutos. El día no alcanza para todas las labores a realizar en casa: limpiar, ordenar, cocinar, asistir las tareas, educar, contener y, además, teletrabajar.
Suena abrumante, pero lo que es aún más terrible, es que en esta ecuación ni siquiera estamos considerando el tiempo personal de autocuidado y ocio, lo que podría ser sumamente nocivo para cualquier persona. ‘Los peligros que enfrentan con este exceso de carga son bastantes y son en torno a los problemas psicosociales que implica el no tener descanso’, nos cuenta la investigadora Andrea Sato desde la fundación.
‘Los riesgos no sólo son a corto plazo. En Fundación Sol hicimos el Índice de Pobreza de Tiempo, que establece un estándar mínimo para el resguardo de tiempo personal. El parámetro es toda aquella actividad intransferible, como dormir o alimentarse, y hoy, un 53% de las mujeres tiene pobreza de tiempo’, agrega.
Las repercusiones se ven en cuadros de estrés, que no tienen que ver con el trabajo remunerado como podríamos pensar, sino con la carga del trabajo no pagado, lo que hay que hacer en el hogar, y que por estos días ha quedado expuesto, en muchos casos, como de responsabilidad de la mujer.
‘Hay riesgos físicos y emocionales. Las madres, además, son las que realizan tareas y labores de cuidado vinculados a la contención emocional de la familia. Vemos que hay límites que se están traspasando. Antes de la pandemia este tiempo era escaso, hoy aún más’, expresan desde la fundación.
Relaciones horizontales
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‘Creo que lo principal es poder garantizar tiempo personal’, dice Sato. En lo práctico, si vemos que nuestra madre o pareja no está durmiendo lo suficiente, toma baños rápidos, come de pie haciendo otras cosas, no ocupa ningún momento del día para leer, ejercitarse, ver una película, o simplemente tomarse un jugo sentada mirando la nada, es hora de equilibrar el trabajo del hogar.
Pero no es tan fácil, porque la mala distribución de las labores no es más que un histórico contrato sexual de una relación heterosexual en la que el varón es el proveedor y la mujer la encargada del cuidado. Hace décadas que el contrato es insostenible, puesto que muchas ya no cumplen sólo ese rol, sino que también son las encargadas de llevar sustento económico a la casa.
Entonces, si hombres y mujeres trabajamos remuneradamente, ¿por qué sólo nosotras llevamos la carga de cuidado, mantención del hogar y reproducción de la vida? ‘Socializar las tareas de cuidado y domésticas es urgente. Las mujeres con hijos entre 0 a 6 años dedican 70 horas semanales a esta clase de labores, o sea, con suerte tienen unas horas para dormir’, expone la investigadora.
‘La idea de que existen hombres que ‘ayudan’ en las labores no sólo mantiene una idea machista, establece una relación que no es horizontal, donde la mujer está en una posición inferior respecto del hombre, sólo por ser mujer. Esta idea debe desaparecer, las labores deben distribuirse. Debemos organizarnos para que todos participen de las rutinas y distribuyan la autonomía de sus miembros, para sentirse parte, empatizar con otros, profundizar los lazos afectivos y establecer roles y funciones que favorezcan la organización y el cuidado al interior de la familia’, dice Catalina Valenzuela, la directora de la Escuela de Sicología de la UDLA.
La proactividad es clave. Alivianar la carga puede ser tan sencillo como hacer tu cama, lavar los platos, pasar la escoba. Aún mejor puede ser la idea de repartir labores de manera explícita: disponer de un calendario o pizarra donde se especifique qué le toca a cada integrante. Los hombres no están eximidos del aseo, el orden, la cocina o la formación educacional de los menores; los niños y niñas establecen excelentes hábitos con esta medida, formándose como personas empáticas, responsables y respetuosas con la integridad de los humanos con los que se convive.
‘Lo que debe ocurrir en los escenarios de pareja y en los familiares es que cada uno, con sus particularidades y sus habilidades, sea considerado un igual, independiente de la edad y del género. Si se le otorga a otros el mismo valor que a la propia persona, y se es capaz de empatizar con otro, no aparece la contribución o la ayuda como forma de denominación, aparece la organización de roles y funciones en pro de un bien mayor, y esa sensación de que pertenece a todos, es de todos y, por lo tanto, todos debemos cuidar de ese espacio’, nos explica Valenzuela.
‘Un niño, por ejemplo, a corta edad, puede otorgar valor al espacio de convivencia y cercanía afectiva con su madre o su padre y, en esa línea, es capaz de valorar el tiempo que se requiere para esos espacios de ‘regaloneo’. Si se explicita que estos espacios aparecen en la medida que todos podemos hacernos cargo autónomamente de resolver tareas, los niños rápidamente incorporan en sus hábitos la realización de esas tareas, pero para eso tengo que ser capaz de ver que un niño de cuatro años es capaz de ordenar sus juguetes, quizás no lo haga ‘perfecto’, pero avanza en la incorporación de una tarea en su hábito y en la comprensión de la casa como un espacio colaborativo y de todos, donde tengo espacios de regaloneo, pero también debo ordenar los juguetes’, concluye.
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