‘La pérdida de una persona amada constituye una de las experiencias más penosas por la que un ser humano puede pasar’. John Bowlby
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Necesitamos un microscopio electrónico para ver el pequeño virus que nos ataca. Incluso, siendo casi invisible, nos tiene a sus pies. Sobre todo, nos enseña muchas cosas al enfrentarnos cada día a separaciones, pérdidas y duelos.
Siempre me quejo del analfabetismo emocional del planeta. La pandemia nos ha estrujado en la cara lo hermoso y duro de tener un verdadero vínculo de amor, y lo que implica ver morir al ser amado sin poder despedirnos. Simplemente, sin decir adiós, ya que un beso o un abrazo son imposibles.
Leyendo las noticias de Italia, empecé a llorar cuando me enteré lo único que pedían muchos abuelitos antes de morir: ver a sus nietos, sus hijos, a su pareja. Unos buenos samaritanos compraron tabletas y, por medio de internet, ellos podían hablar con sus seres queridos y decirles adiós, verlos por última vez.
Morir conlleva ritos que deberíamos cumplir para tener un proceso positivo de duelo, que nos permita cerrar la herida emocional provocada por la pérdida de alguien amado. El primero es poder despedirnos, estar a su lado; después, asistir a la funeraria, llorar junto a familiares y amigos. Ir al entierro, visitar la tumba, llevarle flores, hablar o rezarle a la persona que ya no está.
Los rituales ayudan, poco a poco, a cerrar la herida. Pero, en esta maldita pandemia, quienes mueren (ni sus familiares) casi nunca pueden realizarlos para superar mejor la pérdida. Los que pierden la batalla contra el Covid-19 sufren la muerte más solitaria a la que nos podemos enfrentar. Tan pronto son internados en un hospital o clínica, no pueden aceptar visitas. Muchos deben esperar varios días para ser enterrados, lo que hace el proceso más difícil, largo y doloroso.
Cuando mi mamá murió, tenía un solo nieto: mi sobrino Gerard, de tres años, que pasaba el día con ella y conmigo. Mi mamá le daba la merienda en la tarde. Un día, Gerard me preguntó que cuándo su abuela le iba a dar su comida. Le expliqué que abuelita no estaba ya, etcétera. Se quedó mirándome y me dijo: «pero, yo quiero hablar con ella, llámala por teléfono». El duelo tiene etapas, y la primera es la negación de la realidad. Nos cuesta aceptar que esa persona no volverá, que no podremos hablar con ella, ni abrazarla, ni besarla, jamás.
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El duelo mal resuelto puede durar casi toda la vida. Y afectarnos en todas las facetas, incluso al elegir pareja, ya que puede llevarnos al miedo al compromiso, y a la depresión y ansiedad. Evite morir de Covid-19. ¡Cuídese! No sea responsable de tanto dolor, no solo del que se marcha, sino también de quienes lo aman.
www.NancyAlvarez.com