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‘Raíces’, por Verónica Klingenberger

“El jardín es metáfora y memoria y en uno –incluso el más pequeño– pueden convivir todos los jardines del mundo y la imaginación”

POR VERÓNICA KLINGENBERGER – Periodista – @vklingenberger

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Todo empieza y termina en un jardín. El génesis y el paraíso final son lo mismo si obviamos la presencia disruptiva de esa conflictiva serpiente. El jardín es metáfora y memoria y en uno -incluso el más pequeño- pueden convivir todos los jardines del mundo y la imaginación. De eso va el libro Vida en el jardín, de la escritora británica Penelope Lively, publicado en castellano por Impedimenta en una hermosa edición de poco más de 200 páginas que conseguí hace poco en la librería Babel (gracias al buen consejo de su librero).

Lively, ganadora de un Premio Booker y con una amplia obra de literatura para niños y adultos, ofrece así un extraño ejercicio de reflexión a través de la afición y obra de escritores y pintores que también fueron jardineros. También es un repaso a través de la historia y sus modas paisajísticas, en sus momentos más tediosos, aunque sirve como guía botánica y hasta hortícola. El ensayo tiene mucho de chismografía pero con la elegancia inglesa del cotilleo a la hora del té: el lector camina a tientas por el césped de Virginia Woolf y descubre que la última entrada de su diario antes de sumergirse para siempre en el río fue ‘L. está arreglando los rododendros’, o se asoma sobre el puente japonés de los jardines de Giverny de Monet y comprueba que los famosos nenúfares de sus cuadros fueron cultivados por él mismo.

Pero el libro es, sobre todo, un homenaje a la jardinería a través de la historia de su autora, una auténtica aficionada, desde ese primer parterre que tuvo su familia en El Cairo. El amor por las plantas y su cuidado, dice, se hereda casi siempre de la madre (y en mi caso doy fe de ello). Y es en esa rutina donde miles de mujeres encontraron a lo largo del tiempo un espacio seguro de contemplación y silencio. «Practicar la jardinería’, escribe, ‘es eludir pasado, presente y futuro; es desafiar al tiempo». ¿De qué mejor manera se ordena la memoria y se proyecta lo que vendrá que sembrando y protegiendo a seres tan frágiles como las plantas?

Hay, finalmente, una lectura de toda la historia, escondida detrás de tallos y hojas, y uno llega a distinguir la evolución social y tecnológica del jardinero (sobre todo en esa tradición tan inglesa), la oposición -o el complemento posible- entre la jardinería decorativa y la funcional, el antagonismo entre el jardín de campo versus el de ciudad. También como este se ha ido adaptando a los nuevos tiempos, en ciudades que se piensan y construyen hacia arriba. No importa si es apenas un rincón: las historias que crecen en ese pedazo de tierra están siempre conectadas como las raíces de los árboles con cientos, miles de historias que existieron antes o existirán después. Porque el mejor amigo del hombre es también -y las nuevas generaciones lo están aprendiendo más rápido que nunca- una planta, un árbol, una jardinera llena de bellas flores que solo vivirán un día.

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