Se llamaba Susie Marie Álvarez. Me recibía cuando llegaba a casa, si me enfermaba, no se movía de mi lado. Si estaba triste, ella lo presentía y me miraba con sus grandes ojos café. Parecía decirme: te entiendo. Hacía de manera natural lo que se debe hacer cuando alguien que amamos sufre, estar a su lado en silencio. Eso que la gente llama apoyo emocional.
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A veces dormía conmigo, algo que yo odiaba. Me empujaba de la cama, le encantaba mi almohada. Yo amaba dormir sola, moverme en libertad. Cuando le decía que fuera a la suya, me miraba y parecía decirme «por favor, déjame estar a tu lado». El corazón se me oprimía y, aunque me doliera la espalda al otro día, la dejaba.
Le encantaba mi comida. Y yo, como cuando era pequeña siempre comía lo que mi papá dejaba, la entendía y le daba. Todos me peleaban, sobretodo mi hija Estefanía. Estaba viejita, muy enferma del corazón, la artritis, las alergias, pero no queríamos verlo ni hablar de eso. En el fondo, todos temíamos que se fuera.
Jamás creí que lloraría tanto por ella. Jamás pensé que el lazo emocional que nos unía era tan fuerte. Susie dejó de existir, mejor dicho, de respirar. Siempre está con nosotros, en fotos, videos y en nuestros corazones.
Llamó el médico, dijo que no podía casi respirar. Pregunté: ¿Está sufriendo mucho? «Sí, voy a ponerle algo para el dolor y para que duerma… Es posible que no despierte, usted decide». No la deje sufrir, le dije, y estallé en llanto en pleno ascensor del hotel. Le pasé el celular a Estefanía. Ella le confirmó que la pusiera a dormir. Si moría, moriría tranquila.
Llegué a la habitación, la belleza de Chicago me abofeteaba. el lago inmenso, bajo un cielo azul hermoso, sus rascacielos, pero no podía parar de llorar. En mi mente estaban sus hermosos ojos esa mañana, antes de salir al aeropuerto, cuando me acerqué y le dije: «adiós Susie». Estallé en llanto, no pude abrazarla, sabía que era la última vez que la vería con vida. Me miró largamente, dulcemente, como siempre, a pesar de no haber dormido. Ella también sabía que no me vería más, lo sé.
Suena el celular, espero lo peor. Era Univisión Chicago, recordándome que debía estar lista para grabar algo en media hora. Miré a mi hija y le dije: «acabas de aprender la primera lección de este negocio y del que estudias, el cine». Ella me interrumpió: «sí, mami, el show debe seguir». No sé cómo logré parar de llorar, me maquillé y llegué al canal, pero nunca apagué el celular. Mientras contestaba a la reportera lo oí sonar, sabía que Susie había parado de respirar.
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Estoy segura de que hice lo correcto. Cuando se pierde algo querido, hay que llorar, llorar y llorar. En la calle, en el avión, en la ducha, sola, frente a los demás. Llorar al amigo más fiel del ser humano, nuestros perros.
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