La travesía es bastante larga. Ahora mismo me encuentro sentado en un bus camino al imponente desierto del Sahara. Mientras contemplo la verduzca y accidentada geografía marroquí, llama mi atención una voz chillona amplificada ruidosamente por unos parlantes rudimentarios. Pero más que esas molestas frecuencias vocales, es la tremenda facultad políglota del guía que las emite, la que me ha dejado perplejo. Hasta el momento, he sido capaz de identificar el español, evidentemente, inglés, alemán, francés, árabe, y berebere. Claramente, los dos últimos idiomas han sido confirmados por él mismo y ratificados por otro guía de mayor confianza y cercanía a mí. Uno podría juzgar rápidamente que su discurso es una consecuencia de una exquisita memoria y una exposición de paporreta pura y dura. Sin embargo, las curiosas preguntas de los otros excitados turistas y las rápidas respuestas de este afanado plurilingüe corroboran y acreditan su enorme habilidad y dominio de cada una de las lenguas descritas.
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La realidad de Marruecos es enormemente impactante y peculiarmente chocante, ante mis ojos, claro está. El Islam y su cultura milenaria exhorta a sus adeptos a vivir bajo ciertas normas estrictas con profundo fervor. El andar sigiloso y discreto de las famosas ‘tapadas’ divergen plenamente de mi opuesta moral occidental, lo que genera en mí un conflicto existencial. Los lugareños emprenden una variedad inmensa de exóticos espectáculos con la finalidad de atraer a la mayor cantidad de extranjeros. Dentro de estos pequeños teatrillos de plaza, los protagonistas son los animales. El acecho desafiante de las cobras y su danza aterrorizadora al compás de las flautas árabes, o la sufrida presencia de monos encadenados trepados en los hombros de los foráneos devela una cultura singular.
El país entero respira turismo. Y cómo no, si su geografía y pluriculturalidad son objeto de gran atracción y novedad. Bajo este marco de diversidad, se edifican grandes y sustanciales oportunidades, no sólo económicas, por supuesto. Una de estas provechosas y muy positivas situaciones es, sin lugar a dudas, el aprendizaje de idiomas. La necesidad de prosperar y emprender les ha otorgado a muchos marroquíes la capacidad de desarrollar una facultad superlativamente importante como es el arte idiomático. La dificultad en tamaña tarea radica en el número de idiomas que pueden hablar y comprender, y en lenguas totalmente distintas a la árabe. Y por si fuera poco, son capaces de iniciar intrépidas negociaciones comerciales con sus clientes y vender sus productos o experiencias sin mucho titubeo. Sin lugar a dudas, esta facultad lingüística es la más grande y preciada herramienta marroquí, totalmente invaluable.
Con las montañas Atlas dándome la bienvenida, me permito reflexionar que la vida realmente está llena de oportunidades. Que es importante siempre rescatar todo aquello que sea positivo ante las adversidades. Que en realidad el vaso nunca está medio vacío ni medio lleno, siempre está completamente lleno: de agua y de aire. Con tal profundo análisis, pienso que para salir adelante en la vida es imperativa la tolerancia, que sin ella sólo se cierran puertas y nos condenamos a la mediocridad. Los marroquíes me han demostrado que la necesidad no es del todo mala, que ella es un móvil capaz de otorgarnos un viaje maravilloso al descubrimiento de nuestros propios dones, al hallazgo de valiosas oportunidades, que nos permitan surgir y reencontrarnos con nosotros mismos.
Sobre el autor:
Soy Renato Tello Benel, ingeniero electrónico de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) y MBA de la Universidad Politécnica de Cataluña con especialización en Big Data & Analytics in Organizations. Además, como profesional, he llevado cursos de tecnología en biomedicina en Holanda y Estados Unidos, y he liderado proyectos en Latinoamérica.
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