Por Verónica Klingenberger
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Hace 120 años murió Robert Louis Stevenson, uno de mis escritores favoritos gracias a esa terrorífica novela que se titula ‘El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde’ (hasta el título es pajísima) y que tuvo el efecto de dejarme insomne durante noches en las que temía el desdoblamiento de mi yo más malvado. La vigencia de esa obra sigue sorprendiéndome, sobre todo cuando uno lee, por ejemplo, la opinión de PPK sobre el nuevo régimen laboral juvenil. Que sí, que no, que no escuché bien. Mentira. Todos somos Jekyll y Hyde, todos somos Johnny Two Faces.
Dr. Jekyll es moralmente dual, en tanto que Edward Hyde es malvado sin tregua ni aleación. La novela fue escrita y publicada durante la época victoriana, una sociedad represiva en la que el éxito dependía de las formas y modales de los individuos: se reprimían los deseos y las pulsiones no se manifestaban en público, por temor al rechazo social. ¿Suena familiar? En el relato de Stevenson, la historia empieza cuando el abogado Gabriel Utterson y su primo Richard Enfield comentan sobre la misteriosa aparición de un sujeto despreciable en la ciudad, que comete crímenes leves y parece estar protegido por una de las personalidades más carismáticas de la aristocracia local, el famoso doctor Henry Jekyll. Piensa en tu político favorito.
Bajo una aparente ingenuidad de estilo (título, descripciones, etc.), uno de los logros estilísticos de Stevenson, el autor plantea un perturbador cuadro de esquizofrenia disfrazado de relato policial (en el libro la identidad de Jekyll y de Hyde es una sorpresa: el autor la reserva para el final del noveno capítulo. El relato alegórico finge ser un cuento policial; no hay lector que adivine que Hyde y Jekyll son la misma persona y el propio título nos hace creer que son dos). Además, el relato podría considerarse como uno de los pioneros de la ciencia ficción: la ambición científica es el motor de la trama y es necesario incluir unos polvillos mágicos para que el reputado doctor se transforme en despreciable bestia. Otro de los postulados victorianos: ciencia y tecnología como herramienta para mejorar al individuo y su entorno. Qué distinto a lo que se lee en las noticias locales donde no hacen falta polvos mágicos para transformarse en bestias, y la ciencia y tecnología no tienen ningún tipo de valor. En el Perú de hoy la única herramienta para mejorar al individuo es la plata fácil y todo lo que ella pueda comprar.
En la novela, las transformaciones de personalidad van acompañadas de una transformación física. El bien y el mal son representados como dos cuerpos diferentes y opuestos: el pequeño y repelente asesino, y el robusto y agradable hombre de ciencia. Mr. Hyde se torna cada vez más horrendo mientras el doctor Jekyll languidece a causa de la preocupación y del terror que lo va sitiando. El mal no soporta la convivencia con el bien y necesita deshacerse de él. En la superficie del relato resulta evidente que el monstruo es Hyde por ser quien se halla excluido de la representación. Repetidamente se dice en la obra que su persona no resultaba fácil de describir, que en su aspecto había algo de desagradable, de detestable, que producía una fuerte sensación de repulsión, pero que, a la vez, esas anomalías no podían ser de ninguna manera especificadas. Pienso en la bancada fujimorista.
Finalmente aparece la ciudad como prolongación del cuerpo. Lo ‘malo’ habita en lo ‘feo’. Los crímenes suceden en barrios lúgubres donde viven seres decadentes tanto física como moralmente. ¿Lima? ¡Oh por Dios! Que alguien detenga a nuestros Hydes pronto.