Un usuario de la web de anuncios clasificados Craiglist publicó hace 10 días en la sección Missed Connections (‘Contactos perdidos’, en español) una conmovedora carta sobre cómo evito suicidarse gracias a una misteriosa mujer.
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Se sabe que la carta fue redactada por un supuesto veterano de guerra que busca a una mujer que conoció en víspera de Año Nuevo de hace 43 años.
Aquí te compartimos la traducción de la carta hecha por la página Verne.
Te conocí bajo la lluvia en el último día de 1972, el mismo día que decidí suicidarme.
Una semana antes, a instancias de Richard Nixon y Henry Kissinger, había realizado cuatro incursiones con mi avión B-52 sobre Hanói. Lancé 48 bombas. Cuántas casas destruí, con cuántas vidas terminé, nunca lo sabré. Pero a ojos de mis superiores, había servido a mi país honorablemente, y con tal distinción me licencié.
Y así la mañana de ese fin de año, me encontraba en un apartamento vacío en Beacon and Hereford con una botella de Whisky Tennessee y una punzada de vergüenza impregnando todos los recovecos de mi alma. Cuando terminé la botella, me dirigí hacía la puerta y me juré que al regresar, cogería la pistola Smith & Wesson modelo 15 del armario y me dispararía a mí mismo como merecía.
Caminé durante horas. Di vueltas alrededor de Fenway antes de serpentear por detrás de Symphony Hall y subir hasta Trinity Church. Después deambulé por Common y escalé la colina con su cúpula dorada y callejeé por el encantador laberinto que divide Hanover Street. Cuando llegué a la orilla, el cielo se había vuelto color carbón y la llovizna se había convertido en lluvia más fuerte. El chaparrón dio paso al diluvio. Mientras que los otros peatones se cobijaban bajo los toldos y los vestíbulos, yo caminaba bajo la lluvia. Supongo que pensaba, o más bien esperaba, que pudiera lavar la pátina de la culpabilidad que se había creado alrededor de mi corazón. No lo hizo, por supuesto, así que emprendí mi camino de vuelta al apartamento.
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Y entonces te vi.
Te habías refugiado bajo el balcón de la Old State House. Llevabas un vestido verde azulado, que me pareció demasiado arreglado y ridículo. Tu cabello castaño estaba enmarañado hacia la derecha de tu cara, y una galaxia de pecas cubría tus hombros. Nunca había visto nada tan hermoso.
Cuando me puse junto a ti debajo del balcón, me miraste con tus grandes ojos verdes, y me di cuenta de que estabas llorando. Te pregunté si estabas bien. Me contestaste que habías estado en mejores situaciones. Te pregunté que si te gustaría tomar un café. Dijiste que solo si yo te acompañaba. Antes de que me diese tiempo a sonreír cogiste mi mano y me dirigiste hacia Neisners a través de Downtown Crossing.
Nos sentamos en el mostrador y hablamos como viejos amigos. Nos reíamos tan fácil como nos lamentábamos y me confesaste frente a un pastel de nuez que estabas prometida a un hombre que no amabas, un banquero perteneciente a la nobleza de Boston. Un Cabot, o tal vez un Chaffee. En cualquier caso, sus padres había organizando una velada para Nochevieja y de ahí lo arreglado del vestido.
Por mi parte, había compartido más cosas sobre mi mismo de las que hubiera creído posible en aquel momento. No mencioné a Vietnam, pero tuve la sensación de que tú pudiste ver que había una guerra que se libraba dentro de mí. Aún así, tus ojos no ofrecían compasión, y te amé por ello.
Después de una hora más o menos, me disculpé para ir el baño. Recuerdo mirarme en el espejo. Preguntándome si debía darte un beso, si debía decirte que iba en la cabina de ese bombardero una semana antes, si debía regresar a la Smith & Wesson que me esperaba. Finalmente, decidí que era indigno del ánimo que esta extraña del vestido verde azulado había infundido en mí, y que dar marcha atrás por esa agradable coincidencia sería una deshonra.
De camino hacia el mostrador, mi corazón latía en mi pecho como el mazo de juez enojado, y un futuro – nuestro futuro- osciló en mi mente. Pero cuando llegué a los taburetes, ya te habías ido. Ningún número de teléfono. Ninguna nota. Nada.
Tan extraña como había comenzado, nuestra unión terminó. Yo estaba devastado. Volví a Neisners cada día durante un año, pero nunca te vi otra vez. Irónicamente, la tortura de tu abandono parecía tragarse el desprecio hacia mí mismo y la posibilidad de suicidio fue de repente menos atractiva que la perspectiva de descubrir qué había pasado en ese restaurante. La verdad es que nunca he dejado de preguntármelo.
Soy un hombre viejo ahora y solo hace poco he contado esta historia por primera vez a alguien, un amigo del VFW. Él me sugirió que te buscase en Facebook. Le dije que no sabía nada acerca de Facebook, y lo único que sabía era tu nombre y que habías vivido en Boston alguna vez. Y que si por algún milagro encontrase tu perfil, no estaría seguro de poder reconocerte. El tiempo es cruel en ese sentido.
Este mismo amigo tiene una hija especialmente sensible. Fue ella quien me dirigió a Craigslist y a esta sección de ‘Contactos perdidos’. Pero como yo he echado esta moneda virtual en el pozo de los deseos del cosmos, se me ocurre, después de imaginar un millón de supuestos y toda una vida de sueño perdido, que quizás nuestra conexión no estaba perdida del todo.
Verás, en estos cuarenta y dos años he vivido una buena vida. He querido a una buena mujer. Me he convertido en un buen hombre. He visto mundo. Y me he perdonado a mí mismo. Y tú eras la causa de todo. Insuflaste tu espíritu en mis pulmones una tarde lluviosa, y no puedes siquiera imaginar mi gratitud por ello.
Tengo días difíciles, también. Mi mujer murió hace cuatro años. Mi hijo, un año después. Lloro mucho. A veces por la soledad, a veces no sé por qué. Algunas veces puedo volver a oler el humo sobre Hanói. Y después, unas doce veces al año, recibo un regalo. El cielo se cubre, las nubes tapan el sol, la lluvia comienza a caer. Y me acuerdo.
Así que dondequiera que haya estado, dondequiera que estés y dondequiera que vayas, debes saberlo: todavía sigues estando conmigo.
A pesar del gran recibimiento en medios británicos, donde se ganó el título del mejor anuncio nunca antes visto de Craiglist, la historia no está libre de sospechas sobre su veracidad.
“Los pilotos de bombarderos de las Fuerzas aéreas siempre son oficiales, no hombres que se alistan en el ejército” , señala Thomas Wictor, un escritor especializado en temas de guerra. “Los oficiales son separados, no son despedidos y licenciados. Ya en el segundo párrafo la historia se revela como falsa, escrita por alguien que nunca sirvió en el ejército”, sentencia.
Aunque no se sepa la identidad del autor, la carta sí obtuvo respuesta: “Nos conocimos bajo la lluvia el último día de 1972, el mismo día que decidí que nunca me casaría”. El texto de la supuesta chica misteriosa fue publicado en Craiglist hace dos días por un usuario anónimo. Ella explica que desaparició tras descubrir que el hombre de su vida le había ocultado que estaba casado le hizo prometer que nunca volvería a sufrir por amor.