ADVENTDALEN, Noruega (AP) — Arrodillado junto a su equipo mientras perforaban para introducir pernos de acero en el techo bajo de un túnel de kilómetros de profundidad en una montaña ártica, Geir Strand reflexionó sobre el impacto de la clausura inminente de su mina de carbón.
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“Es cierto que el carbón es contaminante, pero ... deberían tener una solución antes de que nos cierren”, dijo Strand dentro de Gruve 7, la última mina que Noruega opera en el remoto archipiélago de Svalbard.
Su clausura está programada para dentro de dos años, lo que reducirá las emisiones de dióxido de carbono en este entorno frágil de rápido cambio, pero también borrará la identidad de una comunidad minera centenaria que llena a muchos de profundo orgullo, incluso cuando las actividades principales se desplazan hacia la ciencia y el turismo.
“Tenemos que pensar qué vamos a hacer”, dijo Strand, un veterano con 19 años en la minería, a dos periodistas de The Associated Press mientras la linterna en su casco iluminaba el polvo negro y el aliento de los mineros en el túnel ligeramente bajo cero. “(La minería) es significativa. Sabes que la tarea que tienes es muy precisa. El objetivo es sacar carbón y salir tú mismo y todo tu equipo con seguridad y salud”.
Después de que el pueblo principal de Longyearbyen, a 16 kilómetros (10 millas) de distancia, anunciara que transformaría su única planta de energía de carbón a diésel este año y luego a energías alternativas más verdes, la empresa minera Store Norske decidió cerrar su última mina en Svalbard. La fecha se aplazó después a 2025 debido a la crisis energética precipitada por la guerra en Ucrania.
El desconcierto por el futuro se mezcla con el dolor por el final de una era. Impregna la sala subterránea donde las últimas cinco docenas de mineros cubiertos de hollín toman un descanso durante sus turnos de 10 horas y el elegante café donde sus predecesores jubilados se reúnen los días laborables por la mañana para intercambiar noticias.
“Una larga, larga tradición se está desvaneciendo”, dijo el capataz Bent Jakobsen. “Somos los últimos mineros. Me entristece”.
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La historia de la minería y sus peligros están grabados en la ladera de la montaña en Longyearbyen. Debajo de las torres transportadoras de carbón abandonadas en un día de mediados de enero, un rastro de huellas en la nieve conducía a un monumento conmemorativo que nombra a los 124 mineros que han muerto en el trabajo desde 1916, iluminado en la oscuridad constante de la noche polar de invierno.
“He estado allí y las familias van allí”, dijo Trond Johansen, quien trabajó en la minería durante más de 40 años.
La media docena de otros mineros jubilados que bebían su café matutino se apresuraron a dar más ejemplos del sacrificio que implicaba la minería, y citaron las edades y fechas exactas en que murieron sus colegas.
Entre los últimos estaba el hermano mayor de Bent Jakobsen, Geir, quien tenía 24 años cuando murió aplastado dentro de Gruve 3 en 1991. El mayor de los hermanos, Frank, quien también trabajaba en la mina, corrió al lugar solo para que el médico le dijera que no era posible sobrevivir a eso. Frank realizó la mayor parte de la investigación para el monumento, erigido en 2016.
“Tenemos un lugar para ir y poner flores la víspera de Navidad”, dijo Frank. “No es solo nuestro hermano, también son otros colegas”.
La única pastora de Longyearbyen, la reverenda Siv Limstrand, cuya iglesia Svalbard Kirke fue fundada por la compañía minera hace un siglo y aún desempeña un papel crucial en la comunidad, dijo que es importante reconocer el dolor.
“La gente se hace la pregunta: ‘¿No (valió) nada?’ Así que hay una especie de tristeza”, dijo Limstrand en la cabaña de la iglesia, un retiro construido en el amplio valle debajo de donde las luces de la entrada de Gruve 7 brillaban en la noche polar. “Debería molestarnos en la comunidad”.
En casi dos décadas en Gruve 7, Bent Jakobsen ascendió a gerente de producción y ahora trabaja en los procesos de limpieza necesarios para la clausura.
Su orgullo por el trabajo es palpable, ya sea que conduzca por un túnel de 6 kilómetros (3,7 millas) excavado con “mucho tiempo, mucho sudor, muchas palabras altisonantes”, o al remover un trozo de carbón de 40 millones de años, o al revisar uno de los pernos de acero, cada uno de 1,2 metros de largo (4 pies), que sostienen 400 metros (1.300 pies) de montaña por encima de los trabajadores. “Somos un grupo muy unido en la mina, porque realmente confías y pones tu vida en manos de otros todos los días”, agregó.
Jakobsen también ha visto cómo el paisaje fuera de la mina cambia rápidamente. Los científicos dicen que esta porción del Ártico se calienta más rápidamente que la mayor parte del resto del planeta.
Desde su infancia, el nativo de Svalbard recuerda el sonido rítmico de los carros de carbón que cruzaban la ciudad todos los días excepto los domingos. Hoy en día, manadas de renos excavan en la nieve en busca de líquen y pasto junto a los transportadores mineros en desuso.
Jakobsen recuerda cuando los fiordos del archipiélago se congelaban regularmente en invierno, lo que facilitaba el paso de los osos polares, mientras que a principios de este mes todo era mar abierto. Sin embargo, no está convencido de que clausurar la mina haga una diferencia significativa.
Los científicos ambientales concuerdan en que las emisiones propias de Svalbard son minúsculas —sus reservas de carbón podrían mantener la economía mundial en funcionamiento durante aproximadamente 8 horas—, según Kim Holmén, asesora especial del Instituto Polar Noruego y profesora de medio ambiente y clima. Pero argumentan que cada contaminante cuenta y el archipiélago puede dar ejemplo.
“Todos somos parte del problema y debemos convertirnos en parte de la solución ... cada acción tiene un simbolismo, es un valor, punto”, dijo Holmén.
Sobre todo, Jakobsen y otros en la minería se preocupan por las alternativas, especialmente porque Gruve 7 exporta carbón para la industria metalúrgica de Europa —como la fabricación de motores de automóviles en Alemania— además de alimentar la planta de energía local.
“Si no tomas carbón de nosotros, tomarás carbón de alguien más donde no es tan bueno —el mundo necesita sacar carbón para tu batería Tesla—”, argumentó. Incluso los componentes de los molinos de viento necesitan carbón, añadió Elias Hagebø, con la cara manchada de polvo de carbón mientras comía un almuerzo rápido en la sala de descanso subterránea de la mina. “Si simplemente se deshacen del carbón, es una estupidez”, dijo. A los 18 años, es el trabajador más joven y tiene la esperanza de hacer carrera en la mina como su padre.
Es más, Rusia ha operado minas en Svalbard durante 93 años bajo un tratado internacional que otorgó a Noruega la soberanía sobre el archipiélago y permitió a todas las naciones firmantes los mismos derechos en las empresas comerciales.
“No hay planes para disminuir esta operación”, dijo Ildar Neverov, director general de la empresa minera rusa Arcticugol, a la AP en un correo electrónico desde Barentsburg, un pueblo a unos 60 kilómetros (37 millas) de Longyearbyen.
Dada la carrera de las potencias mundiales, incluida China, por recursos naturales cada vez más rentables en el Ártico, a algunos en Longyearbyen les preocupa que Noruega pueda renunciar a derechos valiosos al clausurar la mina.
“Será una situación inusual si la única nación que hace minería son los rusos. Este es un lugar muy geopolítico”, dijo Arnstein Martin Skaare, empresario y exaccionista de Store Norske, en la hora en que se reúnen los mineros jubilados en el café de Longyearbyen.
De regreso al interior de Gruve 7, agachado en un túnel de 1,3 metros de altura (4,1 pies), Jonny Sandvoll dijo que desearía que la gente entendiera más sobre el carbón y sus usos antes de decidir clausurar la mina.
“No es la forma correcta de hacerlo”, dijo Sandvoll, hijo de un minero con 20 años en la minería. Luego volvió a concentrarse en la enorme máquina a su lado que excavaba ruidosamente en la brillante veta negra y extraía más carbón.
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