THIRA, Grecia. (AP) — Los turistas de los cruceros llenan las tiendas de souvenirs y las parejas que busca el atardecer perfecto para publicar fotos en Instagram se dirigen a un callejón frente al Monasterio de Santa Catalina, a pasos de las famosas paredes volcánicas de Santorini.
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Dentro de este convento en una de las islas más populares de Grecia, un país predominantemente cristiano ortodoxo, 13 monjas católicas en clausura dedican sus vidas a orar por esos visitantes y por el mundo.
Es una misión crucial, a menudo mal entendida, de una iglesia en la que la oración permanente es considerada necesaria para apoyar ministerios que lidian con el mundo exterior.
“En una isla muy turística, en lo último que piensas es la oración, así que nosotras lo hacemos”, afirmó una mañana reciente la priora sor Lucía María de Fátima.
Ella y otras hermanas hablaron en la recepción del convento, detrás de una reja de hierro blanco que señala el inicio del espacio enclaustrado. Poniendo fin a más de dos años de reclusión por la pandemia, las monjas darán la bienvenida a los visitantes a la parte pública de su iglesia con una misa a principios de agosto por el 425to aniversario del convento.
El resto del convento es considerado un espacio sagrado, donde las monjas viven mayormente en silencio y recogimiento, y salen solo por razones médicas o para hacer trámites burocráticos.
“No echamos nada de menos. Cuando Dios nos dio la vocación de ser enclaustradas, nos dio el paquete completo”, dijo la hermana María Esclava, originaria de Puerto Rico.
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El reverendo Félix del Valle, sacerdote español, ha dirigido ejercicios espirituales periódicos en el convento durante más de 10 años, parte de la rigurosa formación religiosa de las hermanas, que deben prepararse durante nueve años antes de ingresar a la vida de clausura.
“En un mundo de consumo, de diversiones, ellas dan testimonio de que solo Dios basta”, dijo el religioso.
Muchas órdenes de monjas están activas en la enseñanza, la atención médica y el ministerio a grupos vulnerables como el de los inmigrantes. Pero las monjas contemplativas mantienen una tradición de completa devoción a la oración que tiene sus orígenes en los primeros ermitaños del desierto, que buscaban acercarse a Dios eliminando todas las distracciones terrenales.
“Estas mujeres encuentran a Dios en una vida dedicada a la oración o el recogimiento”, dijo Margaret McGuinness, profesora emérita de religión en la Universidad La Salle de Filadelfia.
Sor María de la Iglesia pasó casi 40 años en Santorini antes de mudarse a España para dirigir la Federación Madre de Dios, que supervisa este y otros nueve conventos católicos dominicos en cuatro continentes.
“En la lógica actual, nuestra vida no se entiende y no se valora, pero la Iglesia sí” lo hace, manifestó. “Somos la voz de la iglesia, que incansable alaba, suplica por toda nuestra humanidad. Una misión apasionante”.
Cuando no están rezando o practicando música e himnos, las hermanas, con edades que van de los 40 años a los 80, se ocupan de las tareas del convento: cuidan el jardín, donde cultivan tomates, limones y uvas, y preparan hostias para la mayoría de las parroquias católicas de Grecia.
Durante dos recesos diarios, rompen su silencio para conversar en las amplias terrazas, con el mar Egeo de fondo.
Al amanecer, una campana llama a la primera de unas nueve horas de oración, la mayoría cantadas en latín, español y griego.
“Mientras va saliendo el sol, la creación y la persona humana se unen en armonía de alabanza a Dios”, expresó la hermana María Guadalupe. Agregó que en los monasterios de todas las zonas horarias, siempre hay alguien que mantiene activa la oración. “No estamos fuera del mundo, estamos muy metidas en el mundo”.
En Grecia, un país mayormente ortodoxo, la presencia del convento católico expresa el deseo de unidad con otros cristianos, dicen las hermanas. Se saludan efusivamente con los monjes y monjas ortodoxos de la isla y recuerdan con entusiasmo una visita en la que cantaron himnos juntos.
“A pesar de estar encerradas, han sido siempre un elemento importante de la vida de un sitio”, dijo Fermín Labarga, profesor de la historia de la iglesia en la Universidad de Navarra en España.
Fue en España donde Santo Domingo fundó la orden dominicana de monjas de clausura hace más de 800 años, para orar constantemente en lo que Labarga llamó la “retaguardia”, mientras sus compañeros religiosos llevaban el Evangelio al mundo.
Ese “espíritu misionero en un espacio contemplativo”, como lo describe la hermana María de la Iglesia, continúa animando a las monjas de hoy, que visten el histórico velo negro dominicano y el hábito blanco, que representa la penitencia y la inocencia. Llegaron a Santorini en su mayoría desde el Caribe (Puerto Rico y Santo Domingo), además de Angola, Corea, Argentina, Grecia y España.
Sor María de la Iglesia fue enviada a la isla por su orden en 1981, cuando sólo quedaban tres monjas en el convento.
La iglesia original fue construida en 1596 en el promontorio rocoso de Skaros, hoy un lugar popular para observar el atardecer, que también fue un escondite de piratas. Después de un terremoto, se trasladó a la ciudad principal de Thira, a unos pocos kilómetros de distancia, donde sobrevivió a otro terremoto devastador en 1956 que hizo que muchos residentes, incluidos numerosos religiosos católicos, se fuesen de la isla.
Hay grandes rocas incrustadas en la artística reja que divide el área pública de la iglesia desde donde oran las hermanas, cerca de un globo terráqueo que refleja su conexión con su entorno.
Las hermanas se mantienen al día sobre los acontecimientos mundiales a través de varios medios de comunicación y de publicaciones católicas, así como de homilías diarias en la misa. En una misa reciente, el sacerdote habló de la guerra de Ucrania, el metaverso y los peligros del parkour, una disciplina que exige grandes esfuerzos físicos para llegar de un punto a otro.
También reciben solicitudes de oración de otros religiosos y visitantes, pidiendo de todo, desde la paz mundial hasta la curación de enfermedades, “y niños, muchos niños”, dijo en broma la hermana María Flor de la eucaristía.
“Sufrimos también, sentimos el dolor de las familias y del mundo, pero con esperanza cierta, que es el motivo de alegría”, dijo sor María Fátima, oriunda de Angola.
Esa convicción se percibe en el optimismo que transmiten las monjas, a pesar de una vida austera que requiere sacrificios tanto a ellas como a sus familias, a las que pueden ver ocasionalmente desde el otro lado de las rejas.
“Es un llamado de Dios, no puedes seguir otro camino. Un llamado continuo, para poder seguir con alegría”, dijo sor Lucía María de Fátima, originaria de Argentina.
Esa alegría la encuentran con creces en su vocación, pese a tener que renunciar a la mayoría de las actividades que atraen a cientos de miles de turistas a Santorini, como ir a la playa.
La hermana María Isabel dijo que le encantaba ir a las playas en su Puerto Rico natal. Cuando entró al convento de los dominicos allí, ya no pudo ver el océano.
Al ser trasladada al convento principal en Olmedo, en el corazón de España, pensó que nunca volvería a ver una ola. Hasta que vino la misión en Santorini.
“El Señor te da gracias que no esperabas”, comentó, con una amplia sonrisa, antes de que sonara la campana y regresase corriendo a la iglesia para seguir cantando alabanzas a Dios.
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La cobertura religiosa de la Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración de AP con The Conversation US, con financiamiento del Lilly Endowment Inc. AP es el único responsable de este contenido.