LIMA (AP) — Tras décadas de ahorro el mecánico peruano Hipólito Tica por fin pudo comenzar a construir su casa en una desértica barriada de Lima. Pero antes debió pedirles a los arqueólogos que extrajeran tres fardos con momias de la época Inca que había descubierto por casualidad hace 26 años en un hoyo en su patio trasero.
PUBLICIDAD
El suceso inusual -incluso en un país donde las noticias de descubrimientos arqueológicos son frecuentes cuando se excavan tuberías para ampliar las redes de agua y gas- ocurrió en el terreno de Tica, ubicado a pocos metros de una zona arqueológica en la zona este de Lima.
Una mañana reciente, mientras descansaba tras cargar ladrillos, Tica relató a The Associated Press que había descubierto los fardos en 1996 de forma casual cuando cavaba un hoyo para construir una letrina en una época en que la zona, ubicada junto al sitio arqueológico El Sauce en el distrito San Juan de Lurigancho, no tenía agua ni desagüe.
Recordó que estaba golpeando el piso con una barra metálica cuando de pronto la tierra comenzó a tragárselo.
“Como una araña salí, rápido”, dijo. Con una bombilla de luz iluminó el hoyo fue abriéndose a sus pies. Tenía cinco metros de profundidad por tres metros de ancho. “Vi unos bultos, la luz iluminó bastante, eran como fardos funerarios”, comentó. No sabía a quién contarle lo ocurrido.
También tenía miedo de perder el terreno porque lo había invadido y no tenía papeles de propiedad en una ciudad donde desde hace más de medio millones siguen usurpando tierras estatales a consecuencia de la migración interna y el déficit de viviendas sociales, según los expertos.
Pese a eso, en 1999 Tica relató de forma tímida el hallazgo a los arqueólogos que rescataban en las calles cercanas a su casa una enorme cantidad de cerámicos de la época Inca mientras se excavaban redes subterráneas para extender el servicio del agua potable. Ocupados en sus labores, los expertos no tuvieron tiempo para atenderlo y él tampoco insistió.
PUBLICIDAD
Entonces comenzó a convivir con “sus vecinos”, que es la forma coloquial con la que nombra a las momias estaban enterradas en el patio donde sus hijos jugaban. Para evitar que alguien cayera dentro, cubrió el hoyo con una alfombra que sacó de su antiguo auto Ford Taunus TC y colocó encima una puerta antigua y la cubrió de tierra.
“Nadie notaba el hueco”, dijo.
Con el paso del tiempo junto a otros vecinos de su barriada se esforzaron en conseguir sus títulos de propiedad y realizaron los trámites para obtener agua y desagüe. Para eso tenían que ir a la Secretaría de Cultura y pasar por un museo. Fue así como Tica, quien sólo tenía educación básica, comenzó a aprender del pasado peruano, sobre los Incas y las civilizaciones previas a ellos.
Cuando decidió construir su casa con ladrillos y cemento le dijeron que, si quería una casa sólida, tenía que edificar bases y columnas fuertes y rellenar el hueco donde estaban los fardos.
“Estaba preocupado, tápalo nomás, métele cemento y listo”, recordó que fue aconsejado. “Me quedaba una espina clavada, la gente en el futuro no va a saber nada de esta zona, aquí hay parte de la historia”, pensó.
Entonces buscó al arqueólogo Julio Abanto del Instituto Cultural Ruricancho, quien realiza investigaciones en la zona. “Tengo un entierro y quiero que lo vea”, le dijo. El arqueólogo y su equipo obtuvieron los permisos gubernamentales para realizar una intervención de emergencia.
Abanto bajó al hoyo amarrado con sogas y arneses y halló los tres fardos que contienen más de un individuo -no se sabe aún cuántos en total- presuntamente de una cultura dominada por los Incas hace más de 500 años.
Uno de los esqueletos tenía una especie de corona y pinzas de cobre y un instrumento para masticar coca en forma de cuchara que tenía en la punta una escultura de un ave picando la cabeza de un pez. En sus manos tenía una bolsa con varios spondylus, un bivalvo procedente de la costa de Guayaquil, muy valorado como ofrenda. Además, poseía un brazalete de plata.
El arqueólogo no ha llegado a un conclusión sobre el hallazgo, pero por la historia de la zona y las características cree que fueron miembros de la élite local sometidos por los Incas que cumplían funciones administrativas tras ser dominados.
Ahora los albañiles que ayudan a construir la casa mastican coca en respeto a los “abuelos”, como llaman a las momias, y a veces entierran unas cuantas hojas en el lugar donde estuvo el hoyo, ahora relleno de tierra.
“En nuestra ciudad tenemos la posibilidad de encontrar de estas formas tan casuales un patrimonio sorprendente que nos ayuda a reconstruir nuestra historia local”, reflexionó Abanto.
Este caso ha sido el de “una familia del siglo XXI viviendo sobre otra familia de hace 500 años”, dijo el arqueólogo.