BEIRUT (AP) — El Líbano y Sri Lanka están en rincones opuestos del mundo, pero comparten una historia de agitación política y violencia que derivó en el derrumbe de economías otrora prósperas, abrumadas por la corrupción, el clientelismo, el nepotismo y la incompetencia.
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Esa combinación tóxica dio paso el colapso de sus monedas, escasez de todo, una inflación de tres dígitos y hambre. Diezmó la clase media y provocó un éxodo de profesionales vitales para la reconstrucción.
Generalmente estos colapsos no son producto de un episodio específico, sino de una acumulación de factores que a menudo la gente no quiere ver.
Cuando finalmente todo se viene abajo, la vida diaria es afectada de modo tal que difícilmente un país vuelva a ser lo que era.
Los expertos dicen que hay decenas de naciones, incluidas Egipto, Sudán, Afganistán y Pakistán, que podrían correr la misma suerte en un mundo todavía convulsionado por la pandemia del coronavirus y la invasión rusa de Ucrania, que generan escasez de alimentos e inflación.
LAS RAÍCES DE LAS CRISIS
Tanto en el Líbano como en Sri Lanka se vivieron décadas de corrupción, conflictos y codicia.
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Ambas naciones sufrieron prolongadas guerras civiles, seguidas de frágiles recuperaciones, y tenían caudillos y poderosas familias corruptas que no dudaron en contraer enormes deudas y en aferrarse al poder.
Varios alzamientos populares en el Líbano no lograron acabar con una clase política que usa el sistema de repartición del poder imperante en el país para perpetuar la corrupción y el nepotismo. Las decisiones más importantes siguen en manos de dinastías políticas que ganaron poder por su enorme riqueza o por comandar milicias durante la guerra.
En medio de tanto sectarismo, la parálisis política y el mal funcionamiento del gobierno se agravaron y el Líbano es hoy uno de los países más atrasados del Medio Oriente en lo que respecta infraestructura y desarrollo, incluidos frecuentes apagones.
En Sri Lanka, la familia Rajapaksa domina la escena política desde hace décadas. Incluso hoy, el presidente Gotabaya Rajapaksa se sigue aferrando al poder, a pesar de que su dinastía familiar se ha desmoronado en medio de protestas que comenzaron en abril.
Los expertos dicen que tanto Sri Lanka como el Líbano son los responsables de sus crisis, incluido un alto endeudamiento y una falta de inversión en el desarrollo.
Las dos naciones, por otro lado, sufren etapas de inestabilidad y de ataques terroristas que afectan el turismo, uno de los sectores clave de sus economías.
El Líbano padece además las consecuencias de la guerra civil de su vecina Siria. Una nación de 5 millones de habitantes acoge hoy a un millón de refugiados sirios.
Para colmo de males, la pandemia complicó más un panorama ya de por sí nefasto.
LOS MOMENTOS CLAVE
La crisis del Líbano se agravó a fines del 2019, cuando el gobierno propuso una nueva política fiscal y un aumento de los impuestos, incluido un pago de seis dólares mensuales por el derecho a hacer llamadas a través de WhatsApp. Las medidas hicieron estallar el resentimiento de las masas hacia las clases dominantes y generaron meses de protestas. Se dispuso un control del flujo del capital y se impidió a la gente acceder a sus ahorros al desmoronarse la moneda nacional, la libra.
En marzo del 2020, el Líbano suspendió el pago de su deuda, que ascendía por entonces a 90.000 millones de dólares, equivalentes al 170% de su PBI y que era una de las más altas del mundo. En junio del 2021 la libra libanesa se había devaluado un 90% y el Banco Mundial dijo que el Líbano vivía una de las peores crisis registradas en 150 años.
Algo parecido sucedió en Sri Lanka, donde en el 2019 Gotabaya dispuso el recorte de impuestos más grande en la historia del país. Los acreedores redujeron la calificación del crédito de Sri Lanka y le bloquearon el acceso a préstamos internacionales.
Sri Lanka suspendió también el pago de su deuda y fijó controles al capital. Hace poco se anularon las rebajas de los impuestos. La rupia esrilanquesa, mientras tanto, se devaluó un 80% y hace que las importaciones sean prohibitivas.
“Nuestra economía se ha derrumbado totalmente”, dijo el miércoles el primer ministro.
VIDAS TRASTORNADAS
Antes de las crisis, el Líbano y Sri Lanka tenían una población de ingresos medios, que vivía con relativa comodidad e incluso tenían empleados domésticos. Ya no pueden darse ese lujo ni muchos otros en el Líbano. De la noche a la mañana, la gente se quedó sin acceso a su dinero, sus ahorros desaparecieron y sus salarios no valen nada. El salario mínimo de un mes no cubre 20 litros (poco más de cinco galones) de gasolina ni el costo de generadores que producen electricidad unas pocas horas por día en las viviendas.
La escasez de combustible, gas para cocinar y petróleo dio lugar a peleas por las limitadas existencias, escenas que ahora se repiten en Sri Lanka.
Decenas de miles de profesionales, incluidos médicos, enfermeras y farmaceutas, se fueron del país en busca de vidas mejores.
En Sri Lanka también escasean la gasolina y otros combustibles, y las autoridades dispusieron apagones de hasta cuatro horas diarias.
El programa alimenticio de las Naciones Unidas dice que casi nueve de cada diez familias se saltean comidas y que 3 millones de personas reciben ayuda humanitaria.
OTROS DESASTRES
A las crisis económicas y la agitación política y social se sumaron otros desastres que agravaron el panorama.
El 4 de agosto del 2020 hubo una catastrófica explosión en el puerto de Beirut, que mató a al menos 216 personas y causó estragos en amplios sectores de la capital. El estallido se produjo en un depósito donde había nitrato de amoníaco desde hacía años y generó profundo malestar con el gobierno, que no hizo nada con peligrosas sustancias químicas.
Sri Lanka sufrió una tragedia similar a principios del 2021, al incendiarse un barco que transportaba sustancias químicas frente a las costas de la capital, Colombo. El fuego duró casi dos semanas y generó un derrame de más de 1.500 tonelada de gránulos de plástico en el océano Índico, que mató a delfines y otros peces, y obligó a suspender la pesca en esa zona.
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Rising informó desde Bangkok. Krishan Francis colaboró desde Colombo (Sri Lanka).