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‘¿Inspiración o Transpiración?’, por Jorge Sánchez Herrera

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Jorge Sánchez Herrera – Nómena ArquitecturaArquitecto/Urbanista jorge@nomena-arquitectos.com

Hace unos días, en el especial de arquitectura de una revista local, leía la típica pregunta que suelen hacernos a los arquitectos: ¿Y tú de dónde sacas la inspiración? La consulta, más allá de que entiendo la búsqueda de una respuesta poética en el marco de un reportaje, resulta fastidiosa para nosotros; o al menos para mí. Porque implica que el resultado de nuestro trabajo -el diseño arquitectónico- es producto de algún momento de iluminación aleatorio, y no la consecuencia de miles de horas de trabajo.

La arquitectura es 99% transpiración y 1% inspiración, me dijeron mis profesores parafraseando a Thomas Alva Edison. Lo hicieron justo después de que jalé los trabajos parciales de dibujo y taller en mi primer ciclo de universidad, y se me venía el mundo abajo creyendo que esta carrera no era para mí. Les repito esa frase cada ciclo a mis alumnos, sobre todo a los más chicos, que vienen convencidos de que la primera maqueta que hacen está perfecta porque así se los hizo saber su mamá al despedirlos esa mañana al salir de la casa.

Creo que la persistencia de esta idea es, en parte, culpable de la devaluación de la profesión. Porque si tu trabajo es el resultado de un minuto de inspiración, entonces ¿por qué cobras tanto? O, peor aún, si tu opinión viene de algún momento místico, subjetivo, que pocos pueden entender, entonces tu juicio resulta reemplazable.

El problema recae no solo en los medios, sino también en algunas escuelas y facultades de Arquitectura que, con tal de captar alumnos, les venden la idea de que se convertirán en genios creativos que producirán cosas novedosas por arte de magia. La arquitectura, como otras disciplinas, necesita de una dosis de creatividad y búsqueda de innovación, por supuesto. Pero, como cualquier trabajo, requiere años de estudio, análisis y razonamiento crítico. Es decir, muchísimo trabajo.

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Perpetuar la idea contraria es engañar a los miles de estudiantes que todos los años ingresan a estudiar Arquitectura convencidos de que su talento (cuando lo tienen) será suficiente para avanzar. Pero, sobre todo, es desvalorar el aporte de un gremio cuyo rol resulta fundamental en darle forma -literalmente- a la forma en la que vivimos.

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