Todo padre desea, a toda costa, la felicidad de sus hijos. Quieren que a éstos no se les presenten dificultades y tengan una vida llena de satisfacciones.
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Por eso, nos dedicamos fehacientemente a preparara a nuestros hijos para estar listos a enfrentarse a un mundo lleno de obstáculos, pero en ese proceso afanoso podemos perder la ruta y buscar en ellos la perfección, exigiéndoles demasiado.
Demasiadas exigencias
El portal Eres Mamá explica que “para muchas madres la debida preparación de sus hijos implica que estos tengan calificaciones sobresalientes, que sepan ejecutar con maestría un instrumento, que sean unos prodigios de algún deporte, que sean limpios, educados, que se porten siempre bien, que se coman todo lo que le colocan en el plato, que hagan sus deberes… Que sean buenos niños, y por qué no, que sean niños perfectos”.
“Tú ya lo sabes: la competencia es ruda, incluso a veces la rudeza de esa pugna se ve entre padres. Parece que algunos compiten por hacer ver quién cría a sus hijos mejor, y en esa especie de batalla se mide quién tiene a los mejores hijos, qué niños están más preparados para este mundo moderno”.
A los niños hay que dejarlos ser niños
En ese afán por prepararlos bien para afrontar el mundo que les espera vivir, a los padres se nos olvida que los niños quieren tener tiempo para dormir más de la cuenta, para jugar en pijama, para ensuciarse en el parque, para hacer amigos, en fin, para vivir cada etapa de su niñez sin adelantarse.
En especial, en esta época los padres queremos niños maduros que cumplan con todas las exigencias de la sociedad y no tomamos en cuenta que cada niño es distinto y madurará en la medida de su forma de ser y de sus experiencias.